Armando Zarazú aldave
A MI AMIGO ALCALÁ GARRO
Querido Alcalá:
Comenzaré llamándote como lo hacía siempre, Alcalá, tal como también te llamaban los demás muchachos de nuestra generación, aquellos con los que crecimos chuncando bolas, jugando trompo y bolero, run run o pateando pelota de jebe en la Cancha del Padre, como pomposamente llamábamos al espacio vacío tras de la iglesia o en campeonatos inacabables durante el recreo, en el patio de nuestra escuela, la Prevocacional 351 ¡Qué tiempos aquellos Alcalá!
Recuerdo, como si hubiese sido ayer, cuando se estaba construyendo la piscina de la Pre, como llamábamos a nuestra querida escuela, habían hecho un canal cubierto, que se iba a utilizar para llenarla de agua. En esos tiempos estaba seco y decidimos atravesarlo, es decir entrar por un lado y salir por el otro. Primero entraste tu y quedaste en la mitad, sin poder avanzar más, tuvimos que sacarte jalándote de los pies ¿Recuerdas Alcalá? Luego, me tocó a mí, lo intenté y corrí la misma suerte, es decir me tuvieron que jalar de los zapatos racrachiquinos que muchos usábamos entonces.
Así fueron pasando los años querido Alcalá, y de pronto la escuela secundaria estaba a la vuelta de la esquina; yo me fui a estudiar a Lima, tu te quedaste a estudiar la secundaria en nuestro amado Chiquián. Sin embargo, cada que volvía en vacaciones compartíamos nuestras primeras fiestas de adolescentes, nuestros primeros cigarrillos y, dicho sea de paso, los primeros chinguiritos que acompañaban nuestras noches de farra al compás de la guitarra y que terminaban en las clásicas serenatas. Aun me parece oírte cantar con mucho sentimiento ese bolero de nuestra juventud:
“Eso, lo que me dijiste la última vez, eso vida mía, eso que asesina, no lo olvidaré…”
Claro, éramos adolescentes y nuestros primeros amores juveniles nos daban alegría y tristezas también ¿Recuerdas que felices éramos en esos locos e irresponsables años? Vienen a mi memoria muchas anécdotas de esas épocas, las cuales las guardo en la profundidad de mis recuerdos, sobre todo porque las causantes de nuestras penurias amorosas son ahora respetables señoras que cuidan nietos y que peinan canas al igual que muchos de nuestra generación. Así fueron pasando los años y, casi sin darnos cuenta, llegamos a la edad en que debíamos decidir nuestro futuro. Tu elegiste ser médico, yo maestro. Recuerdo, cuando luego de ingresar a San Marcos, llegaste a nuestro Chiquián como flamante Sanmarquino ¡Qué orgulloso y alegre te sentías! Conversamos largo y tendido, sentados en una de las bancas de la Plaza de Armas, de nuestros planes futuros, de nuestras chicas, en fin, de todo lo que pueden hablar dos jóvenes cuando creen que ya tiene el mundo en sus manos, sin saber que el camino de la vida es duro.
Posteriormente, ya en Lima, nos reuníamos frecuentemente, ya sea en la pensión de algunos de nuestros amigos chiquianos o simplemente en la pequeña Plazuela que estaba a la entrada a la universidad Federico Villarreal, en el centro de Lima y era conveniente para todos por su fácil acceso; de allí nos dirigíamos a algún bar de los alrededores a conversar y a veces, hasta cantar nuestros añorados huaynos. Eso sí, los cumpleaños eran motivo de celebración especial, por lo general en mi casa de Zarumilla, tenía sus ventajas, grande y amplia para todos, y lo mejor, nadie nos molestaba. Si las paredes de esa casa hablaran ¡Cuantas historias podrían contar!
Me olvidaba, en esos años gustabas de andar bien presentado, con saco y corbata incluidos, además de lucir presentable y hecho todo un caballero que, siempre lo fuiste dicho sea de paso. Uno de nuestros amigos, que se caracterizaba por tener una chispa única, te sacó un par de historias que luego las festejábamos, tu incluido, porque eso sí Alcalá, sabías tener correa. El primero decía “no importa con camiseta…pero con corbata”, el otro era que, luego de una de nuestras farras, tenías que mascar chicle…antes de llamar a la ninfa de tus sueños por teléfono...para que no huela el turrón de doña Pepa.
Y así fueron pasando los años y, como queriendo y no queriendo, poco a poco fuimos madurando y de la misma manera, nuestras prioridades y responsabilidades. Cada uno fue tomando su destino y desarrollando su vida de acuerdo a sus deseos y posibilidades. Te graduaste de médico y todos nos alegramos, por allí tengo una fotografía, en blanco y negro, en la que estamos algunos amigos, tu y Mirtha celebrando el acontecimiento ¡Ya eras un médico! Para alegría de tu familia y de todos los que te queríamos.
Mientras tanto la vida continuaba su curso y cada uno de nosotros, de ese grupo inseparable de juventud, iba forjando su propio destino. Llegado el momento también intenté hacer el mío; simplemente no funcionó y tú, querido Alcalá, estuviste a mi lado, dándome fuerzas y apoyándome con tu maravillosa amistad ¿Cómo no recordar esos momentos? Es en esas circunstancias cuando se conoce a los amigos y tu fuiste uno de ellos, eso nunca lo he olvidado.
Pasaron los años y salí de nuestra tierra en busca de otro destino y de la felicidad que hasta entonces me había sido esquiva, la encontré y cuando te lo conté epistolarmente (en esos tiempos antiguos todavía se escribía en papel y se usaba el correo), me expresaste tu alegría. Luego, cada que regresaba a Lima compartíamos siempre, generalmente un almuerzo con una larga sobremesa. Alguna vez tuve el honor que me invitaras a tu casa, en otra oportunidad la tristeza de acompañarte durante el dolor que te embargaba por la repentina partida de tu joven hijo. En otras palabras Alcalá, siempre estuvimos juntos en las buenas y en las malas.
En los últimos años, antes de mis viajes de regreso a donde vivo y trabajo, te dabas el afan de organizar despedidas para tu amigo Zetita, como me llamabas siempre, en las cuales no faltaba el clásico guitarreo chiquiano, que sabías me gusta mucho. En esas reuniones entonábamos las canciones de nuestra juventud que, al menos, imaginariamente, nos hacían retroceder a través del tiempo para hacernos recordar los años vividos con sus altos y bajos, porque las canciones justamente tienen la virtud de ser un calendario en nuestras vidas, donde cada canción nos trae memorias que marcaron nuestra existencia.
En los últimos años, siempre que nos reuníamos me preguntabas por la salud de mi madre que ya se iba deteriorando con los años, me dabas consejos de cómo cuidarla o me recomendabas a tus colegas para que la atiendan en algunas de sus dolencias. Siempre te portaste como un verdadero amigo ¿Cómo olvidar eso querido Alcalá?
La última vez que nos vimos fue el año antes de la pandemia, hablamos, hicimos planes para reunirnos a mi regreso y eso fue todo, porque no hubo vuelta inmediata como antes. El año pasado regresé a enterrar a mi madre y tampoco pude verte, cosas de la pandemia me dije, será cuando vuelva la próxima vez pensé. Sin embargo, no habrá próxima vez, porque has partido a ese viaje sin retorno querido Alcalá, eso duele.
Antes de escribir esta nota recordaba que pronto será tu cumpleaños y que seguramente Cancho estará feliz debido a que luego de mas o menos cuarenta años lo volverán a celebrar juntos ella arriba, como solíamos hacerlo en nuestros años mozos. Los imagino reunidos juntos, como antaño, al Mono Antuco cantando sus inolvidables “Quimeras”, Kiway entonado “Amarte es mi delirio”, y tú ese bolero que te gustaba tanto, cuyo comienzo recordé líneas arriba, mientras Cancho, acomodándose a cualquier canción, con ese estilo tan peculiar que nos hacía reír a todos y ese vozarrón que lo caracterizaba dirá para que lo oigan todos, ahora sí la cosa se pone buena. Estoy seguro de que lo pasarás en buena compañía, mientras, los amigos que supimos compartir contigo te recordaremos, cada uno a sus estilo. En mi caso querido Alcalá, te recordaré como el amigo sincero y leal que siempre supiste ser conmigo. Descanza en paz mi querido amigo.
Armando Zarazú Aldave.
Comenzaré llamándote como lo hacía siempre, Alcalá, tal como también te llamaban los demás muchachos de nuestra generación, aquellos con los que crecimos chuncando bolas, jugando trompo y bolero, run run o pateando pelota de jebe en la Cancha del Padre, como pomposamente llamábamos al espacio vacío tras de la iglesia o en campeonatos inacabables durante el recreo, en el patio de nuestra escuela, la Prevocacional 351 ¡Qué tiempos aquellos Alcalá!
Recuerdo, como si hubiese sido ayer, cuando se estaba construyendo la piscina de la Pre, como llamábamos a nuestra querida escuela, habían hecho un canal cubierto, que se iba a utilizar para llenarla de agua. En esos tiempos estaba seco y decidimos atravesarlo, es decir entrar por un lado y salir por el otro. Primero entraste tu y quedaste en la mitad, sin poder avanzar más, tuvimos que sacarte jalándote de los pies ¿Recuerdas Alcalá? Luego, me tocó a mí, lo intenté y corrí la misma suerte, es decir me tuvieron que jalar de los zapatos racrachiquinos que muchos usábamos entonces.
Así fueron pasando los años querido Alcalá, y de pronto la escuela secundaria estaba a la vuelta de la esquina; yo me fui a estudiar a Lima, tu te quedaste a estudiar la secundaria en nuestro amado Chiquián. Sin embargo, cada que volvía en vacaciones compartíamos nuestras primeras fiestas de adolescentes, nuestros primeros cigarrillos y, dicho sea de paso, los primeros chinguiritos que acompañaban nuestras noches de farra al compás de la guitarra y que terminaban en las clásicas serenatas. Aun me parece oírte cantar con mucho sentimiento ese bolero de nuestra juventud:
“Eso, lo que me dijiste la última vez, eso vida mía, eso que asesina, no lo olvidaré…”
Claro, éramos adolescentes y nuestros primeros amores juveniles nos daban alegría y tristezas también ¿Recuerdas que felices éramos en esos locos e irresponsables años? Vienen a mi memoria muchas anécdotas de esas épocas, las cuales las guardo en la profundidad de mis recuerdos, sobre todo porque las causantes de nuestras penurias amorosas son ahora respetables señoras que cuidan nietos y que peinan canas al igual que muchos de nuestra generación. Así fueron pasando los años y, casi sin darnos cuenta, llegamos a la edad en que debíamos decidir nuestro futuro. Tu elegiste ser médico, yo maestro. Recuerdo, cuando luego de ingresar a San Marcos, llegaste a nuestro Chiquián como flamante Sanmarquino ¡Qué orgulloso y alegre te sentías! Conversamos largo y tendido, sentados en una de las bancas de la Plaza de Armas, de nuestros planes futuros, de nuestras chicas, en fin, de todo lo que pueden hablar dos jóvenes cuando creen que ya tiene el mundo en sus manos, sin saber que el camino de la vida es duro.
Posteriormente, ya en Lima, nos reuníamos frecuentemente, ya sea en la pensión de algunos de nuestros amigos chiquianos o simplemente en la pequeña Plazuela que estaba a la entrada a la universidad Federico Villarreal, en el centro de Lima y era conveniente para todos por su fácil acceso; de allí nos dirigíamos a algún bar de los alrededores a conversar y a veces, hasta cantar nuestros añorados huaynos. Eso sí, los cumpleaños eran motivo de celebración especial, por lo general en mi casa de Zarumilla, tenía sus ventajas, grande y amplia para todos, y lo mejor, nadie nos molestaba. Si las paredes de esa casa hablaran ¡Cuantas historias podrían contar!
Me olvidaba, en esos años gustabas de andar bien presentado, con saco y corbata incluidos, además de lucir presentable y hecho todo un caballero que, siempre lo fuiste dicho sea de paso. Uno de nuestros amigos, que se caracterizaba por tener una chispa única, te sacó un par de historias que luego las festejábamos, tu incluido, porque eso sí Alcalá, sabías tener correa. El primero decía “no importa con camiseta…pero con corbata”, el otro era que, luego de una de nuestras farras, tenías que mascar chicle…antes de llamar a la ninfa de tus sueños por teléfono...para que no huela el turrón de doña Pepa.
Y así fueron pasando los años y, como queriendo y no queriendo, poco a poco fuimos madurando y de la misma manera, nuestras prioridades y responsabilidades. Cada uno fue tomando su destino y desarrollando su vida de acuerdo a sus deseos y posibilidades. Te graduaste de médico y todos nos alegramos, por allí tengo una fotografía, en blanco y negro, en la que estamos algunos amigos, tu y Mirtha celebrando el acontecimiento ¡Ya eras un médico! Para alegría de tu familia y de todos los que te queríamos.
Mientras tanto la vida continuaba su curso y cada uno de nosotros, de ese grupo inseparable de juventud, iba forjando su propio destino. Llegado el momento también intenté hacer el mío; simplemente no funcionó y tú, querido Alcalá, estuviste a mi lado, dándome fuerzas y apoyándome con tu maravillosa amistad ¿Cómo no recordar esos momentos? Es en esas circunstancias cuando se conoce a los amigos y tu fuiste uno de ellos, eso nunca lo he olvidado.
Pasaron los años y salí de nuestra tierra en busca de otro destino y de la felicidad que hasta entonces me había sido esquiva, la encontré y cuando te lo conté epistolarmente (en esos tiempos antiguos todavía se escribía en papel y se usaba el correo), me expresaste tu alegría. Luego, cada que regresaba a Lima compartíamos siempre, generalmente un almuerzo con una larga sobremesa. Alguna vez tuve el honor que me invitaras a tu casa, en otra oportunidad la tristeza de acompañarte durante el dolor que te embargaba por la repentina partida de tu joven hijo. En otras palabras Alcalá, siempre estuvimos juntos en las buenas y en las malas.
En los últimos años, antes de mis viajes de regreso a donde vivo y trabajo, te dabas el afan de organizar despedidas para tu amigo Zetita, como me llamabas siempre, en las cuales no faltaba el clásico guitarreo chiquiano, que sabías me gusta mucho. En esas reuniones entonábamos las canciones de nuestra juventud que, al menos, imaginariamente, nos hacían retroceder a través del tiempo para hacernos recordar los años vividos con sus altos y bajos, porque las canciones justamente tienen la virtud de ser un calendario en nuestras vidas, donde cada canción nos trae memorias que marcaron nuestra existencia.
En los últimos años, siempre que nos reuníamos me preguntabas por la salud de mi madre que ya se iba deteriorando con los años, me dabas consejos de cómo cuidarla o me recomendabas a tus colegas para que la atiendan en algunas de sus dolencias. Siempre te portaste como un verdadero amigo ¿Cómo olvidar eso querido Alcalá?
La última vez que nos vimos fue el año antes de la pandemia, hablamos, hicimos planes para reunirnos a mi regreso y eso fue todo, porque no hubo vuelta inmediata como antes. El año pasado regresé a enterrar a mi madre y tampoco pude verte, cosas de la pandemia me dije, será cuando vuelva la próxima vez pensé. Sin embargo, no habrá próxima vez, porque has partido a ese viaje sin retorno querido Alcalá, eso duele.
Antes de escribir esta nota recordaba que pronto será tu cumpleaños y que seguramente Cancho estará feliz debido a que luego de mas o menos cuarenta años lo volverán a celebrar juntos ella arriba, como solíamos hacerlo en nuestros años mozos. Los imagino reunidos juntos, como antaño, al Mono Antuco cantando sus inolvidables “Quimeras”, Kiway entonado “Amarte es mi delirio”, y tú ese bolero que te gustaba tanto, cuyo comienzo recordé líneas arriba, mientras Cancho, acomodándose a cualquier canción, con ese estilo tan peculiar que nos hacía reír a todos y ese vozarrón que lo caracterizaba dirá para que lo oigan todos, ahora sí la cosa se pone buena. Estoy seguro de que lo pasarás en buena compañía, mientras, los amigos que supimos compartir contigo te recordaremos, cada uno a sus estilo. En mi caso querido Alcalá, te recordaré como el amigo sincero y leal que siempre supiste ser conmigo. Descanza en paz mi querido amigo.
Armando Zarazú Aldave.