Rimay Cóndor
SHAPLACOS
Leyendo el artículo de Filomeno Zubieta titulado Vocabulario Chiquiano, encontré una palabrita que, la verdad sea dicha, cae como anillo al dedo a un buen número de personas que conocemos y que muchas veces forman parte de nuestro círculo de amistades. Filomeno define como “shaplaco” al leguleyo, alabancioso, presuntuoso, fantasioso, que habla más de la cuenta o el que ofrece algo y no cumple. Bien, dándole vuelta al asunto, decidí escoger tres personajes cuyas shaplacadas valen la pena recordar.
Corrían los años sesenta y en Chiquián, los muchachos de entonces solían reunirse en el único billar que permitía su asistencia y que estaba ubicado en el segundo piso de una casona del jirón Comercio, demás está decir que el billar que existía en el antiguo Club Social Bolognesi de la Plaza de Armas estaba vedado para la juventud. Bien, el propietario del billar de nuestra historia era un señor que en esa época frisaba los cincuenta años. De caminar pausado, con su clásico poncho chiquiano terciado sobre el hombro, escuchaba las conversaciones de sus habituales clientes y algunas veces participaba en ella con el mismo ahínco de los presentes. Algunas veces sus historias eran recuerdos de sus años mozos y otras simplemente eran producto de su imaginación, la cual se ajustaba de acuerdo a como se desarrollaba el tema de la tertulia juvenil. Allí es donde salía toda su chispa y cualidades de shaplaco.
Sucede que en una de esas tardes, en los que la muchachada, a la vez de seguir las habilidades con el taco y las tres bolas, de alguno de los más destacados billaristas de entonces, se enfrascó en la discusión de cuál de los futbolistas chiquianos de la época tenía la patada más fuerte. Como es de entender, la discusión no tenía cuando acabar, cada participante tenía su favorito y trataba de ensalzar las cualidades, habilidad y fuerza futbolísticas del jugador de su preferencia. Ya la conversación se había estirado buen tiempo y amenazaba con extenderse más de lo debido, cuando la voz calmada, pero firme del propietario intervino para dar su opinión. Todo el mundo se calló y puso atención a lo que este tenía que decir pues no solo era el dueño del negocio, sino además era un hombre de experiencia. “Eso que ustedes hablan no es nada, cuando yo era muchachón estaba jugando un partido de fútbol en Jircán, de pronto sentí una sed que no me dejaba jugar tranquilo, así que de una patada mandé la pelota hacia arriba, corrí a mi casa, tomé agua y regresé corriendo al campo de juego…justo para pararla de pecho”. Demás está decir que la muchachada se retiró comentando la picardía, mejor dicho, la shaplaqueada del dueño del billar.
La catarata de Husgor se ha caracterizado siempre por ser un lugar apacible y romántico, motivo de paseos juveniles, romances fugaces y furtivos; algunos de ellos maduraron con el paso de los años y terminaron en el registro civil. Dar un paseo acompañado de una chica a Husgor, sobre todo sin testigos, significaba que ella estaba dando su brazo a torcer y el galancete de marras no tenía pierde e iba en plan de ganador. Tanta fue la fascinación que la catarata tuvo en mi generación, que uno de sus integrantes escribió versos que se cantaron y siguen cantando, no solo como referencia, quien sabe también dulces recuerdos, amorosa al lugar, sino también como reafirmación de esa chiquianidad que todos llevamos dentro y que nos conecta intrínsecamente, de manera profunda, sensible e invisible con nuestra tierra.
Una tarde, en que un grupo de amigos compartía amena charla, sentados un poco más abajo de la posta médica, uno de ellos, locuaz por naturaleza, caracterizado por su extremado cariño a todo lo nuestro, se hizo cargo de la conversación y comenzó a elucubrar sobre un proyecto que, según él, tenía en mente desde hacía tiempo para la catarata. Empezó sembrando árboles a los dos lados de la carretera, de manera que se conviertitiría en una alameda, en la cual la gente podría salir a pasearse. De más está decir que la carretera ya la había ensanchado debidamente; cada doscientos metros aproximadamente, estarían ubicadas estratégicamente bancas, similares a los de la plaza de armas, para que los paseantes pudieran descansar, además, claro está que no podía faltar las deliciosas plantas de purogshas, las cuales proveerían no solo la sombra necesaria para un mejor y reparador descanso del visitante, sino también que su refrescantes frutos servirían para aplacar la sed del caminante. Frente a la catarata, punto principal de los planes de nuestro amigo, habría un parque techado, para proteger de la lluvía a los los visitantes, que a la vez podría servir para presentaciones artísticas. Como podemos apreciar, un digno ejemplo de la imaginación complementada con su dosis de shaplaquería de nuestra tierra.
Hace pocos años "hubo un proyecto que podía servir del empuje económico que Chiquián necesita”. En una tarde de charla entre amigos, uno de ellos, luego de dar una soberbia clase de economía basada en la producción artesanal, procedió a presentar sus planes para construir un ascensor, de dos o tres paradas a Capillapunta, las paradas eran necesarias para que los artesanos pudieran vender su productos y ayudar de esa forma a la alicaída economía del pueblo. Claro está que el proyecto tenía una segunda fase, este era la construcción de un funicular de Capillapunta a la catarata de Puto, con lo cual se redondeaba el proyecto y los ingresos económicos también.
Al día siguiente de haber escuchado los planes de fomento económico basado en artesanías, amen del ascensor y funicular, viajamos a Huallanca para asistir a una de sus mentadas corridas de fiestas patrias en las que, como mínimo juegan entre doce a catorce toros, de los de verdad, y en los que participan toreros tanto nacionales como extranjeros, amen de aficionados locales que tienen idea de como pararse frente al toro. Cuando por esas cosas del destino, coincidimos en el carro con nuestro amigo soñador. Durante el trayecto, a medida que íbamos recorriendo el trayecto, en su mayor parte a orillas del río, fuimos testigos de la creación de una compañía turística dedicada al canotaje en las aguas del río Aynín, cuyas oficinas naturalmente funcionarían en Chiquián. Lo único que faltaba para concluir el proyecto era decidir acertadamente en donde estaría ubicado el punto de salida de las benditas canoas, las cuales, junto a los proyectos anteriores iban a contribuir a crear fuentes de trabajo. El proyecto del canotaje en Aynín era cuestión de “seis meses”, mientras que el del ascensor y funicular tenía que esperar la participación de un financista, el cual “luego analizar el costo de las obras más el margen de utilidades a recibir, no iba a dejar pasar la oportunidad de hacer suculento negocio”, Por lo tanto, solo era cuestión tiempo la cristalización de tan lucrativo negocio.
Los personajes mencionados vivieron y respiraron el aire de nuestra tierra, caminaron sus calles, soñaron en las bancas de la plaza de armas o de la plazuela Bolognesi de Quiullán y, sobre todo, bebieron su agua, que a decir de muchos, es el secreto para que algunos de nuestros paisanos sean shaplacos; digo vivieron porque ya no están con nosotros, sin embargo sus shaplacadas quedan en la memoria de quienes los conocimos y gozamos con sus ocurrencias.
Rimay Cóndor