FELIZ NAVIDAD…PARA LOS COMERCIANTES
Navidad sin regalos no es navidad. Eso es, al menos, lo que nos han hecho creer los comerciantes y que lamentablemente, la gran mayoría, lo toma a pie juntillas, atiborrando los centros comerciales los días previos a la Nochebuena para gastar lo que, muchas veces no tiene. Este fenómeno de consumismo se viene haciendo más latente cada año con mayor fuerza. No en balde las empresas comerciales esperan con loco entusiasmo la llegada de los últimos treinta días del año. Saben que será la época en la cual sus ganancias alcanzarán su índice más alto del año.
Tradicionalmente la Navidad es una festividad cristiana destinada a realzar la importancia del nacimiento de Jesucristo y, de esa forma, recordar su mensaje de Paz, Amor y Humildad. Sin embargo, cada vez más se va dejando a un lado el mensaje intrínseco de la Navidad para aceptar otros más mundanos, como son el lujo, la vanidad y la moda, basada esta última, en el martilleo constante de las empresas comerciales, quienes, en última instancia, son los verdaderos beneficiarios de esta celebración familiar.
La modernización de las comunicaciones ha hecho posible que, en la mayoría de los hogares, se tenga la noción errada que la navidad es cuando, necesariamente, se tiene que obsequiar hasta lo que no se tiene. Craso error, esa celebración, surgida para rendir homenaje al nacimiento del creador de una de las religiones más importantes y, con cientos de millones de seguidores alrededor del planeta, está perdiendo su esencia espiritual para convertirse en una festividad comercial que contrasta diametralmente con la humildad del pequeño pesebre de Belén. Lejanos están los días en que los niños recibían con inocente alegría los regalos que sus padres les hacían. Un simple juguete de madera, plástico o cualquier otro material, era más que suficiente para alegrar su espíritu e incentivar su imaginación. Hoy es totalmente diferente, el regalo, o regalos, tienen que ser de acuerdo a lo que la televisión muestra, cuanto más caro mejor. Muchos de estos regalos navideños no tienen, ni remotamente, relación con la formación cognoscitiva del niño. Los padres tienen que ser cuidadosos en este aspecto y tratar de orientar más su generosidad a la formación de sus hijos.
La Navidad debe de ser una fiesta de alegría familiar y no de despilfarro ilimitado, especialmente para los creyentes de la fe cristiana. Volver a leer y practicar las enseñanzas de su fundador no sería una mala idea, especialmente en lo que se refiere a misericordia con el necesitado. En todas las sociedades existen seres que, por una u otra razón, no tienen la suerte de poder contar con lo mínimo para subsistir, la Navidad para ellos existe solo de nombre. La generosidad para con el necesitado debe de ocupar un lugar preferencial en toda lista de navidad, esa que se prepara con anterioridad para no olvidarse de ninguno y “no quedar mal en Navidad”.
Cada pueblo latinoamericano tiene su forma tradicional de celebrar la Navidad, con su propia música, bailes, comidas y costumbres. Sin embargo es necesario recalcar que cada vez más esas tradiciones van perdiendo espacio frente al avance implacable del comercialismo que, tiene como portaestandarte al inefable San Nicolás, personaje hasta pocos años desconocido en Latinoamérica, pero al que hoy se le puede encontrar en los escaparates de toda tienda comercial que se respete. San Nicolás o Papá Noel, como también se le conoce en los países de habla hispana, fue un obispo del antiguo imperio de Bizancio que vivió en el siglo IV D.C., muy famoso por sus obras de caridad. Su fama de generoso para con los pobres se extendió a otras tierra y, como sucede frecuentemente, la realidad se fue convirtiendo en mito, especialmente en los países del norte de Europa. De esa forma fue adoptado por la tradición navideña de algunos países nórdicos y de allí llegó a los Estados Unidos, vía Inglaterra, que se encargó de exportarlo a Latinoamérica en donde, gracias a los inefables comerciantes, para los cuales no hay barreras culturales, se está imponiendo comercialmente. Sin embargo su presencia encuentra seria resistencia en las tradiciones religiosas de países latinoamericanos, en donde el Niñito Jesús o Niño Manuelito, sigue en el corazón de nuestras gentes. Su presencia desdice la realidad cultural de nuestros pueblos, la mayor parte de los cuales están en zona tropical y donde la nieve se ve solo en las altas e inaccesibles montañas andinas, en los cuales un trineo es inimaginable. Sin embargo, la voracidad comercial hace que nuestros pequeños vean en los escaparates de las tiendas nieve ficticia y pinos artifícales, alejándolos de esa forma de nuestra realidad. En el caso específico del Perú, el gordito Noel llegó en 1936, llevado por una transnacional de bebidas gaseosas que, dicho sea de paso, ha hecho lo mismo en todo el mundo.
El espíritu navideño, que embarga a los lectores, debe hacer meditar a todos acerca del significado real de esta fiesta, que está lejos, muy lejos, de lo que viene sucediendo en él mundo en el cual que vivimos. Creer que con un regalo caro se muestra amor es errado. El amor y comprensión entre todos los seres humanos debe de ser la constante que guíe la vida de todos. Los creyentes y los no creyentes deben practicarlo, así la humanidad podrá vivir en paz en esta Navidad.
Armando Zarazú
[email protected]
Tradicionalmente la Navidad es una festividad cristiana destinada a realzar la importancia del nacimiento de Jesucristo y, de esa forma, recordar su mensaje de Paz, Amor y Humildad. Sin embargo, cada vez más se va dejando a un lado el mensaje intrínseco de la Navidad para aceptar otros más mundanos, como son el lujo, la vanidad y la moda, basada esta última, en el martilleo constante de las empresas comerciales, quienes, en última instancia, son los verdaderos beneficiarios de esta celebración familiar.
La modernización de las comunicaciones ha hecho posible que, en la mayoría de los hogares, se tenga la noción errada que la navidad es cuando, necesariamente, se tiene que obsequiar hasta lo que no se tiene. Craso error, esa celebración, surgida para rendir homenaje al nacimiento del creador de una de las religiones más importantes y, con cientos de millones de seguidores alrededor del planeta, está perdiendo su esencia espiritual para convertirse en una festividad comercial que contrasta diametralmente con la humildad del pequeño pesebre de Belén. Lejanos están los días en que los niños recibían con inocente alegría los regalos que sus padres les hacían. Un simple juguete de madera, plástico o cualquier otro material, era más que suficiente para alegrar su espíritu e incentivar su imaginación. Hoy es totalmente diferente, el regalo, o regalos, tienen que ser de acuerdo a lo que la televisión muestra, cuanto más caro mejor. Muchos de estos regalos navideños no tienen, ni remotamente, relación con la formación cognoscitiva del niño. Los padres tienen que ser cuidadosos en este aspecto y tratar de orientar más su generosidad a la formación de sus hijos.
La Navidad debe de ser una fiesta de alegría familiar y no de despilfarro ilimitado, especialmente para los creyentes de la fe cristiana. Volver a leer y practicar las enseñanzas de su fundador no sería una mala idea, especialmente en lo que se refiere a misericordia con el necesitado. En todas las sociedades existen seres que, por una u otra razón, no tienen la suerte de poder contar con lo mínimo para subsistir, la Navidad para ellos existe solo de nombre. La generosidad para con el necesitado debe de ocupar un lugar preferencial en toda lista de navidad, esa que se prepara con anterioridad para no olvidarse de ninguno y “no quedar mal en Navidad”.
Cada pueblo latinoamericano tiene su forma tradicional de celebrar la Navidad, con su propia música, bailes, comidas y costumbres. Sin embargo es necesario recalcar que cada vez más esas tradiciones van perdiendo espacio frente al avance implacable del comercialismo que, tiene como portaestandarte al inefable San Nicolás, personaje hasta pocos años desconocido en Latinoamérica, pero al que hoy se le puede encontrar en los escaparates de toda tienda comercial que se respete. San Nicolás o Papá Noel, como también se le conoce en los países de habla hispana, fue un obispo del antiguo imperio de Bizancio que vivió en el siglo IV D.C., muy famoso por sus obras de caridad. Su fama de generoso para con los pobres se extendió a otras tierra y, como sucede frecuentemente, la realidad se fue convirtiendo en mito, especialmente en los países del norte de Europa. De esa forma fue adoptado por la tradición navideña de algunos países nórdicos y de allí llegó a los Estados Unidos, vía Inglaterra, que se encargó de exportarlo a Latinoamérica en donde, gracias a los inefables comerciantes, para los cuales no hay barreras culturales, se está imponiendo comercialmente. Sin embargo su presencia encuentra seria resistencia en las tradiciones religiosas de países latinoamericanos, en donde el Niñito Jesús o Niño Manuelito, sigue en el corazón de nuestras gentes. Su presencia desdice la realidad cultural de nuestros pueblos, la mayor parte de los cuales están en zona tropical y donde la nieve se ve solo en las altas e inaccesibles montañas andinas, en los cuales un trineo es inimaginable. Sin embargo, la voracidad comercial hace que nuestros pequeños vean en los escaparates de las tiendas nieve ficticia y pinos artifícales, alejándolos de esa forma de nuestra realidad. En el caso específico del Perú, el gordito Noel llegó en 1936, llevado por una transnacional de bebidas gaseosas que, dicho sea de paso, ha hecho lo mismo en todo el mundo.
El espíritu navideño, que embarga a los lectores, debe hacer meditar a todos acerca del significado real de esta fiesta, que está lejos, muy lejos, de lo que viene sucediendo en él mundo en el cual que vivimos. Creer que con un regalo caro se muestra amor es errado. El amor y comprensión entre todos los seres humanos debe de ser la constante que guíe la vida de todos. Los creyentes y los no creyentes deben practicarlo, así la humanidad podrá vivir en paz en esta Navidad.
Armando Zarazú
[email protected]