josé antonio salazar mejía
LUIS PARDO EN CHILE
Narración recogida en 1986
Narración recogida en 1986
De Luis Pardo se ha dicho y escrito mucho, pero en su tierra, Chiquián se habla diferente de él. Se le evoca con suma admiración y respeto. Realmente él no fue un hombre malo, las circunstancias hicieron que su vida tome el camino de la violencia. Es cierto que quiso cambiar de vida. Los gamonales de un lado y la prensa sensacionalista del otro, se lo impidieron.
Hay un episodio de su vida que no es muy bien conocido. Es su alejamiento del país a fines de 1906, cuando cansado de tanta persecución, se embarcó a Chile y allí trabajó en la industria del salitre. ¿Pensaba rehacer su vida en un lugar lejano, donde no lo persiguiera la mala fama que aquí le precedía?
El mundo es chico, realmente; algunos dicen que es un pañuelo. Hace unos veinte años, viajé por primera vez a Europa, a hacer música en Suiza, con mi hermano Luís. En Suiza hay mucho chileno exiliado; están allá desde la caída de Allende. Es así que me conocí con un viejo músico, “el cabro Páez” le llamaban. Éste había sido líder de izquierda, comunista de familia. Su padre había sobrevivido la masacre de “Santa María de Iquique”.
Cuando le dije que yo no era ni de Lima ni de Cusco, sino ancashino, me preguntó si allí quedaba Chiquián. Ante mi respuesta afirmativa se le iluminó el rostro, y con el clásico dejo de los chilenos que afinan la voz al finalizar cada frase, dijo: “Creí que todo cabro peruano que viene a Europa es de Lima o Cusco, po”. Le pregunté el motivo por el que andaba buscando a alguien que conozca Chiquián y me contó esta increíble historia:
Mi padre hablaba mucho de un amigo suyo, un peruano que llegó a trabajar al Salar Grande, el más grande que había en el desierto. En ese tiempo el único trabajo que se podía encontrar era en las salitreras. Del salitre se decía:
Hay un episodio de su vida que no es muy bien conocido. Es su alejamiento del país a fines de 1906, cuando cansado de tanta persecución, se embarcó a Chile y allí trabajó en la industria del salitre. ¿Pensaba rehacer su vida en un lugar lejano, donde no lo persiguiera la mala fama que aquí le precedía?
El mundo es chico, realmente; algunos dicen que es un pañuelo. Hace unos veinte años, viajé por primera vez a Europa, a hacer música en Suiza, con mi hermano Luís. En Suiza hay mucho chileno exiliado; están allá desde la caída de Allende. Es así que me conocí con un viejo músico, “el cabro Páez” le llamaban. Éste había sido líder de izquierda, comunista de familia. Su padre había sobrevivido la masacre de “Santa María de Iquique”.
Cuando le dije que yo no era ni de Lima ni de Cusco, sino ancashino, me preguntó si allí quedaba Chiquián. Ante mi respuesta afirmativa se le iluminó el rostro, y con el clásico dejo de los chilenos que afinan la voz al finalizar cada frase, dijo: “Creí que todo cabro peruano que viene a Europa es de Lima o Cusco, po”. Le pregunté el motivo por el que andaba buscando a alguien que conozca Chiquián y me contó esta increíble historia:
Mi padre hablaba mucho de un amigo suyo, un peruano que llegó a trabajar al Salar Grande, el más grande que había en el desierto. En ese tiempo el único trabajo que se podía encontrar era en las salitreras. Del salitre se decía:
Sin ser piedra
Ni diamante,
Me buscan mucho;
Hasta el cesante.
Ni diamante,
Me buscan mucho;
Hasta el cesante.
Por el salitre se pelearon nuestros dos países. Es un episodio negro en la historia de Chile. Y mira po, pasaron unos años, inventaron el abono sintético y adiós salitre. Allí quedó, botado en el desierto po.
En las salitreras sí que la vida era dura. Mi padre contaba como a la gente se le trataba como a esclavos. No recibían pago, les daban a cuenta unas fichas que luego tenían que ser cambiadas en la mercantil de la empresa, donde los precios eran exorbitantes. Hacinaban a los obreros y a sus familias en casuchas de calamina donde el sol del medio día era terrible y el frío de la noche, insoportable.
¡Pobre del cabro que por cualquier cosa se equivocaba! Lo ponían al cepo por días y días, a que se seque al sol, po. Como se atrasaba en su trabajo el castigado, salía debiendo el alquiler de la casucha y de los víveres de la mercantil; entonces se cobraban los capataces con las mujeres y las hijas de esa pobre gente, po.
Mi padre decía que el trabajo en las salitreras era muy duro. El desierto reseco era difícil de romper a golpe de pico. Como se trabajaba a destajo, a veces tenían que estar quince o dieciséis horas al día para cumplir su cuota, po. Solamente los parias iban a trabajar a las salitreras, pero como no había trabajo, que les quedaba.
En esos tiempos mi padre era anarquista y por ello había perdido su trabajo en Santiago. Como el cabro era muchacho y soltero, sin pensarlo dos veces se fue a los salares, po. Decía que primero estuvo en el Salar Mar Muerto, después en el Salar Uyuni, antes de llegar al Salar Grande. Le interesaba organizar a los trabajadores, pero no veía como. Hasta que llegó el peruano, po.
Se acordaba el nombre, claro que lo repetía muchas veces, decía que se llamaba Luis Pardo, de Chiquián. “Ese cabro sí que era un hombre de verdad”, decía. Fue el primero que estuvo cinco días en el cepo sin pedir misericordia. Con eso se ganó el respeto de la gente, po. Los capataces ya no lo castigaban. Les miraba a los ojos y no le aguantaban la mirada, se acobardaban. Un día se había parado frente al almacén y no se movió hasta que le dieran un pico nuevo; por él toda la cuadrilla obtuvo herramientas nuevas.
Entonces mi padre se hizo amigo del peruano, y ambos empezaron a convocar a la gente, po. A las cuatro de la mañana se reunían para planificar la protesta. Acordaron ir a las oficinas a pedir mejora en el salario. Nombraron delegados que salían por las noches a otros salares para organizar el reclamo conjunto.
Mi padre era de la idea de protestar en cada salar y el peruano tenía otro punto de vista, quería llegar a las mismas oficinas de la empresa en Iquique, po. “Hay que ir donde está la cabeza” les decía. Al comienzo, le dieron la razón a mi padre. Pero no prosperó la protesta aislada. A los delegados los capturaron y llevaron presos.
Fue recién entonces que le hicieron caso al peruano. Mi padre decía que ese cabro había recorrido mucho mundo porque veía más allá y con mucha claridad las cosas, po. Les decía que no era cosa de enviar delegados a Iquique, pues igualito los iban a detener y encarcelar. “Hay que bajar todos a Iquique, con las mujeres y los hijos; a ver si a todos nos pueden encarcelar”, les animaba, po.
Decía que una vez le preguntó a Luis Pardo porqué estaba en Chile y no le quiso decir nada. Solo le contó una anécdota: Al cruzar la frontera, estuvo tres días caminando por el desierto sin nada de comer ni beber; cuando ya desfallecía y se iba a abandonar a su suerte, apareció de la nada una joven mujer envuelta la cabeza con un manto, y le dio de beber unos sorbos de agua a la vez que le obsequiaba unos panes, animándolo con dulces palabras a seguir su camino, po. El cabro estaba convencido que fue la Virgen María en persona quien se le apareció; pero mi padre como era anarquista y ateo, no le creyó.
Mi padre recordaba que a fines de 1907 la gente se había convencido de que todos tenían que bajar a Iquique a reclamar en las mismas oficinas. El peruano encabezaba la protesta, y para que no lo detengan, todos estaban comprometidos a no pronunciar su nombre. Si lo descubrían lo mataban allí nomás, po.
Pero todo sale tal como uno lo planea. Bien dicen en Chile que “el hombre propone y el diablo lo descompone”. Cuando ya todo estaba listo, a uno de los delegados lo llevan al cepo por una falta en el trabajo, po. A hombre lo alocó el fuerte sol y contó de la protesta. Lo llevaron a la cárcel y allí lo torturaron, entonces soltó el nombre del peruano.
Esa misma noche dos capataces fueron a asesinar a Luis Pardo. Al verse en peligro, el peruano luchó por su vida. Mató a uno de los capataces e hirió al otro. Como se había descubierto el levantamiento, la orden fue apurar la cosa y allí nomás se declaró la huelga, y la gente comenzó a bajar en oleadas a Iquique, po. Una semana estuvo la gente llegando “al puerto grande”. Como las autoridades tenían el nombre del peruano, se dispuso que lo mejor era hacerlo escapar a su país.
Hasta allí mi padre contaba la historia de Luis Pardo. Decía que su despedida fue muy triste. El cabro que era muy hombre, lloró en hombros de mi padre, po. Le dijo que su destino ya estaba marcado, que llegó a Chile huyendo de una persecución injusta y otra vez sus manos se teñían de sangre. “Si mi sino es morir, que sea en mi propia tierra” le había dicho, y se despidió, po.
No sé cómo acabaría el peruano, cuéntamelo tú. Lo que sí sé es que a lo obreros que bajaron a Iquique los metieron a una escuela que se llamaba Santa María, hasta allí llegó el ejército, y sin miramientos les metieron bala y metralla hasta cansarse, po. Está en la historia de Chile, la masacre de “Santa María de Iquique”, donde murieron más de tres mil seiscientos obreros, sus mujeres y sus hijos. Una tragedia nacional.
Mi padre nunca olvidó al peruano que los organizó y enseñó el coraje para enfrentar a la adversidad. Por eso quería encontrar a alguno de sus paisanos que conozca Chiquián, para hablarle de un verdadero héroe popular. A lo mejor en su tierra ni se acuerdan de él, po.
José Antonio Salazar Mejía
[email protected]
En las salitreras sí que la vida era dura. Mi padre contaba como a la gente se le trataba como a esclavos. No recibían pago, les daban a cuenta unas fichas que luego tenían que ser cambiadas en la mercantil de la empresa, donde los precios eran exorbitantes. Hacinaban a los obreros y a sus familias en casuchas de calamina donde el sol del medio día era terrible y el frío de la noche, insoportable.
¡Pobre del cabro que por cualquier cosa se equivocaba! Lo ponían al cepo por días y días, a que se seque al sol, po. Como se atrasaba en su trabajo el castigado, salía debiendo el alquiler de la casucha y de los víveres de la mercantil; entonces se cobraban los capataces con las mujeres y las hijas de esa pobre gente, po.
Mi padre decía que el trabajo en las salitreras era muy duro. El desierto reseco era difícil de romper a golpe de pico. Como se trabajaba a destajo, a veces tenían que estar quince o dieciséis horas al día para cumplir su cuota, po. Solamente los parias iban a trabajar a las salitreras, pero como no había trabajo, que les quedaba.
En esos tiempos mi padre era anarquista y por ello había perdido su trabajo en Santiago. Como el cabro era muchacho y soltero, sin pensarlo dos veces se fue a los salares, po. Decía que primero estuvo en el Salar Mar Muerto, después en el Salar Uyuni, antes de llegar al Salar Grande. Le interesaba organizar a los trabajadores, pero no veía como. Hasta que llegó el peruano, po.
Se acordaba el nombre, claro que lo repetía muchas veces, decía que se llamaba Luis Pardo, de Chiquián. “Ese cabro sí que era un hombre de verdad”, decía. Fue el primero que estuvo cinco días en el cepo sin pedir misericordia. Con eso se ganó el respeto de la gente, po. Los capataces ya no lo castigaban. Les miraba a los ojos y no le aguantaban la mirada, se acobardaban. Un día se había parado frente al almacén y no se movió hasta que le dieran un pico nuevo; por él toda la cuadrilla obtuvo herramientas nuevas.
Entonces mi padre se hizo amigo del peruano, y ambos empezaron a convocar a la gente, po. A las cuatro de la mañana se reunían para planificar la protesta. Acordaron ir a las oficinas a pedir mejora en el salario. Nombraron delegados que salían por las noches a otros salares para organizar el reclamo conjunto.
Mi padre era de la idea de protestar en cada salar y el peruano tenía otro punto de vista, quería llegar a las mismas oficinas de la empresa en Iquique, po. “Hay que ir donde está la cabeza” les decía. Al comienzo, le dieron la razón a mi padre. Pero no prosperó la protesta aislada. A los delegados los capturaron y llevaron presos.
Fue recién entonces que le hicieron caso al peruano. Mi padre decía que ese cabro había recorrido mucho mundo porque veía más allá y con mucha claridad las cosas, po. Les decía que no era cosa de enviar delegados a Iquique, pues igualito los iban a detener y encarcelar. “Hay que bajar todos a Iquique, con las mujeres y los hijos; a ver si a todos nos pueden encarcelar”, les animaba, po.
Decía que una vez le preguntó a Luis Pardo porqué estaba en Chile y no le quiso decir nada. Solo le contó una anécdota: Al cruzar la frontera, estuvo tres días caminando por el desierto sin nada de comer ni beber; cuando ya desfallecía y se iba a abandonar a su suerte, apareció de la nada una joven mujer envuelta la cabeza con un manto, y le dio de beber unos sorbos de agua a la vez que le obsequiaba unos panes, animándolo con dulces palabras a seguir su camino, po. El cabro estaba convencido que fue la Virgen María en persona quien se le apareció; pero mi padre como era anarquista y ateo, no le creyó.
Mi padre recordaba que a fines de 1907 la gente se había convencido de que todos tenían que bajar a Iquique a reclamar en las mismas oficinas. El peruano encabezaba la protesta, y para que no lo detengan, todos estaban comprometidos a no pronunciar su nombre. Si lo descubrían lo mataban allí nomás, po.
Pero todo sale tal como uno lo planea. Bien dicen en Chile que “el hombre propone y el diablo lo descompone”. Cuando ya todo estaba listo, a uno de los delegados lo llevan al cepo por una falta en el trabajo, po. A hombre lo alocó el fuerte sol y contó de la protesta. Lo llevaron a la cárcel y allí lo torturaron, entonces soltó el nombre del peruano.
Esa misma noche dos capataces fueron a asesinar a Luis Pardo. Al verse en peligro, el peruano luchó por su vida. Mató a uno de los capataces e hirió al otro. Como se había descubierto el levantamiento, la orden fue apurar la cosa y allí nomás se declaró la huelga, y la gente comenzó a bajar en oleadas a Iquique, po. Una semana estuvo la gente llegando “al puerto grande”. Como las autoridades tenían el nombre del peruano, se dispuso que lo mejor era hacerlo escapar a su país.
Hasta allí mi padre contaba la historia de Luis Pardo. Decía que su despedida fue muy triste. El cabro que era muy hombre, lloró en hombros de mi padre, po. Le dijo que su destino ya estaba marcado, que llegó a Chile huyendo de una persecución injusta y otra vez sus manos se teñían de sangre. “Si mi sino es morir, que sea en mi propia tierra” le había dicho, y se despidió, po.
No sé cómo acabaría el peruano, cuéntamelo tú. Lo que sí sé es que a lo obreros que bajaron a Iquique los metieron a una escuela que se llamaba Santa María, hasta allí llegó el ejército, y sin miramientos les metieron bala y metralla hasta cansarse, po. Está en la historia de Chile, la masacre de “Santa María de Iquique”, donde murieron más de tres mil seiscientos obreros, sus mujeres y sus hijos. Una tragedia nacional.
Mi padre nunca olvidó al peruano que los organizó y enseñó el coraje para enfrentar a la adversidad. Por eso quería encontrar a alguno de sus paisanos que conozca Chiquián, para hablarle de un verdadero héroe popular. A lo mejor en su tierra ni se acuerdan de él, po.
José Antonio Salazar Mejía
[email protected]