armando zarazú aldave
EMPEZANDO EL NUEVO AÑO ESCOLAR

Estamos comenzando un nuevo año escolar y es necesario pensar y repensar si se quiere, la forma como algunos padres de familia crían a sus hijos. De más está decir que eso es única y exclusivamente responsabilidad de ellos, pero como bien decían nuestras abuelitas, un consejo hasta de un conejo.
La escuela es el lugar en que los niños aprenden y se familiarizan con las primeras nociones del conocimiento formal, además que allí se forman las primeras amistades que muchas veces durarán por toda la vida. Por lo tanto, es muy importante la actitud que los padres tengan para afrontar esa primera etapa de del avance cognoscitivo de su hijo. Además, es necesario que la educación de un niño no es exclusiva responsabilidad de los maestros, sino que los padres tienen mucho, pero mucho que ver en el desarrollo de su hijo en las aulas escolares.
Muchos padres creen, a pie juntilla, que proporcionarles a los hijos todo lo que éstos les pidan es una forma de mostrarles su amor y tenerlos contentos. Las intenciones pueden ser buenas, lamentablemente, a la larga, las consecuencias pueden ser negativas para el futuro y el desarrollo de la personalidad del niño. Numerosos estudiosos e investigadores del tema coinciden en afirmar que hacerlo es más bien una forma de compensar inconscientemente la falta de atención que por, cualquier razón, pueda haber de los padres a los hijos, además de sustituir la carencia de atenciones personales, llámense estas ternura, cuidado o preocupación. Por otro lado, la idea de tratar de proporcionar todo a los hijos puede traer como consecuencia que éstos pierdan todo concepto de la realidad que envuelve a su familia, y se conviertan en pequeños tiranos que van a exigir cada vez más, como si existiera una deuda de los padres a hijos. De no ser satisfechas sus requerimientos comenzarán los problemas de disciplina y el descontrol en el comportamiento del niño.
También existen casos en los cuales los padres, bajo la premisa de “que mis hijos tengan lo que no tuve en mi niñez”, tratan de comprarles todo lo que pueden, y hasta lo que no pueden, a sus retoños, creando en ellos un mundo irreal, basado más en valores materiales que morales. Lamentablemente la sociedad comercializada en la que vivimos en la actualidad contribuye a hacer más patético este problema. Si damos una rápida mirada a las diversas festividades de nuestro calendario, podremos apreciar la fuerza e insistencia de la propaganda comercial en medir el grado de amor y aprecio, con la calidad y precio del regalo que se compra. Esto se traduce a “cuanto más caro el regalo mayor amor, menos caro, menos amor”, posición completamente equivocada, que conduce a la valoración de falsos axiomas, porque sencillamente el amor no es factible de comprar con dinero o bienes materiales. Los padres que creen que esa es la mejor forma de demostrar su amor y cariño a sus hijos, en realidad están tratando de, inconcientemente, de “restituirse”, de las experiencias pasadas en su propia niñez.
Otra muestra de amor a los hijos que es mal entendida por los padres es la sobreprotección. Esta consiste en tratar de resolverle todos los problemas, habidos, por haber y hasta imaginarios, a los hijos. Con eso solo se les está haciendo un daño, muchas veces, y esto es lo lamentable, irreparable y que va a tener repercusiones negativas sobre todo, en la vida adulta. Un niño que se acostumbra a que todos sus problemas le sean resueltos, sin el mínimo esfuerzo de su parte, crecerá inseguro e incapaz de adaptarse a la realidad del mundo que lo rodea, además que carecerá de ímpetu para poder emprender, y salir adelante, en sus proyectos personales.
Antes de terminar, es necesario recordar que dada la era de modernidad en que vivimos, la cual se manifiesta con los avances cibernéticos traducidos en la computadora y el, ahora tan popular teléfono celular, se debe tratar en lo posible, primero inculcar en los estudiantes de todas las edades el hábito de la lectura y segundo, procure que su niño o niña no se convierta en adicto al uso del celular. El aparatito de marras es altamente adictivo para jóvenes y adultos y ni que hablar e los niños. Recuerde apreciado lector que usted, cuando era niño no lo necesitaba, sus hijos pueden vivir igual.
Armando Zarazú
[email protected]
La escuela es el lugar en que los niños aprenden y se familiarizan con las primeras nociones del conocimiento formal, además que allí se forman las primeras amistades que muchas veces durarán por toda la vida. Por lo tanto, es muy importante la actitud que los padres tengan para afrontar esa primera etapa de del avance cognoscitivo de su hijo. Además, es necesario que la educación de un niño no es exclusiva responsabilidad de los maestros, sino que los padres tienen mucho, pero mucho que ver en el desarrollo de su hijo en las aulas escolares.
Muchos padres creen, a pie juntilla, que proporcionarles a los hijos todo lo que éstos les pidan es una forma de mostrarles su amor y tenerlos contentos. Las intenciones pueden ser buenas, lamentablemente, a la larga, las consecuencias pueden ser negativas para el futuro y el desarrollo de la personalidad del niño. Numerosos estudiosos e investigadores del tema coinciden en afirmar que hacerlo es más bien una forma de compensar inconscientemente la falta de atención que por, cualquier razón, pueda haber de los padres a los hijos, además de sustituir la carencia de atenciones personales, llámense estas ternura, cuidado o preocupación. Por otro lado, la idea de tratar de proporcionar todo a los hijos puede traer como consecuencia que éstos pierdan todo concepto de la realidad que envuelve a su familia, y se conviertan en pequeños tiranos que van a exigir cada vez más, como si existiera una deuda de los padres a hijos. De no ser satisfechas sus requerimientos comenzarán los problemas de disciplina y el descontrol en el comportamiento del niño.
También existen casos en los cuales los padres, bajo la premisa de “que mis hijos tengan lo que no tuve en mi niñez”, tratan de comprarles todo lo que pueden, y hasta lo que no pueden, a sus retoños, creando en ellos un mundo irreal, basado más en valores materiales que morales. Lamentablemente la sociedad comercializada en la que vivimos en la actualidad contribuye a hacer más patético este problema. Si damos una rápida mirada a las diversas festividades de nuestro calendario, podremos apreciar la fuerza e insistencia de la propaganda comercial en medir el grado de amor y aprecio, con la calidad y precio del regalo que se compra. Esto se traduce a “cuanto más caro el regalo mayor amor, menos caro, menos amor”, posición completamente equivocada, que conduce a la valoración de falsos axiomas, porque sencillamente el amor no es factible de comprar con dinero o bienes materiales. Los padres que creen que esa es la mejor forma de demostrar su amor y cariño a sus hijos, en realidad están tratando de, inconcientemente, de “restituirse”, de las experiencias pasadas en su propia niñez.
Otra muestra de amor a los hijos que es mal entendida por los padres es la sobreprotección. Esta consiste en tratar de resolverle todos los problemas, habidos, por haber y hasta imaginarios, a los hijos. Con eso solo se les está haciendo un daño, muchas veces, y esto es lo lamentable, irreparable y que va a tener repercusiones negativas sobre todo, en la vida adulta. Un niño que se acostumbra a que todos sus problemas le sean resueltos, sin el mínimo esfuerzo de su parte, crecerá inseguro e incapaz de adaptarse a la realidad del mundo que lo rodea, además que carecerá de ímpetu para poder emprender, y salir adelante, en sus proyectos personales.
Antes de terminar, es necesario recordar que dada la era de modernidad en que vivimos, la cual se manifiesta con los avances cibernéticos traducidos en la computadora y el, ahora tan popular teléfono celular, se debe tratar en lo posible, primero inculcar en los estudiantes de todas las edades el hábito de la lectura y segundo, procure que su niño o niña no se convierta en adicto al uso del celular. El aparatito de marras es altamente adictivo para jóvenes y adultos y ni que hablar e los niños. Recuerde apreciado lector que usted, cuando era niño no lo necesitaba, sus hijos pueden vivir igual.
Armando Zarazú
[email protected]