hugo vílchez romero
EL DEBUT, MEMORIAS DE FÚTBOL
A la exigua edad de 15 años, debuté en el futbol, atildado y aguerrido, en el inolvidable estadio de Jircan. Para mi buena fortuna conseguí anotar dos goles, uno de ellos, de modo fastuoso fruto de un tiro libre, poco más o menos de cuarenta metros, cerca del bucólico estrado donde se ubicaban los delegados de los equipos, el presidente y la comitiva, organizadores de aquel competitivo y reñido certamen.
Los organizadores, sentados sobre la extendida y destemplada banca de madera y delante de ellos la mesa, rectangular y quejumbrosa, cubierta con un mantel descolorido traído por algún devoto del futbol. Al centro del tablero, posaban los archivos, la relación de los jugadores de los equipos inscritos y en las esquinas, cuatro menudas piedras a fin de evitar que el fuerte viento, de súbito, lo levante en plena tarde de emocionante encuentro de futbol.
Al lado izquierdo de la mesa, unos tres metros, en la pared de adobe, el marcador de madera, pendido de dos clavos enormes y macizos, figuraba, de manera nítida y con letras negras, el nombre de los equipos participantes. En la parte inferior, un mocito, voluntarioso y aficionado a este popular deporte, registraba con las delgadas tablillas manuales y enumeradas, los goles que se anotaba en el transcurso del encuentro. Aquella tarde el marcador de madera mostraba: CLUB ATLETICO TARAPACA 4, SPORT JAIMES 1.
Finalizado el debut de este encuentro memorable, sobre todo para mí, todos los integrantes nos sentíamos henchidos de felicidad, contagiados por el entusiasmo de numerosos simpatizantes. En ese ínterin, siento que alguien me toma del brazo y me lleva a un lado del grupo que aún seguían con la algarabía y el bullicio por el primer triunfo. Para mi asombro, era nada menos que el profesor y jugador del Sport Cahuide, Ricardo Palacios. Con sigilo, se acercó a mi persona, primero para felicitarme con zalameras palabras, luego para decirme que por favor le ayudaría a reforzar su equipo, el Cahuide, porque percibía y pronosticaba con total seguridad que no lograríamos obtener el título. En ese instante me sentí ofendido al oír su delirio de superioridad, en cuanto al deporte, en este caso al futbol. Mi mente se agitó por segundos y solo atiné a responder de manera respetuosa. Por favor, le manifesté, esperemos que termine esta primera fase que recién empieza. Se clasificaban dos equipos de seis o siete que participaban en este certamen.
Mi memoria resucita de protagónicos y de gloriosas tardes de buen futbol, con el estadio colmado de ávidos espectadores. Tal es así, que logramos llegar, invictos, a la definición del título del tradicional y emocionante campeonato de agosto, mes de fiesta patronal, con el equipo favorito, el Sport Cahuide, también invicto, equipo con jugadores experimentados, con muchos torneos cargados de larga historia, con un promedio de 26 años y el nuestro, el Tarapacá, con 17 años. Muchos de nosotros alumnos del Colegio Coronel Bolognesi y el refuerzo de dos reconocidos jugadores, profesores ellos, Gilberto Angulo y Cesar Cubas, quienes nos alentaban y daban seguridad que en el campo éramos los actores principales de este disputado torneo y que por esa misma razón, estábamos definiendo el campeonato.
En mis pensamientos resonaba y recordaba aquel pasaje bíblico de aquellos personajes históricos, cavilaba “esto es un encuentro entre David y Goliat”. Meditando de este modo, evoqué lo que me había expresado semanas antes el profesor Ricardo Palacios, entonteces, surgió desde el fondo de mí ser, el pundonor, el coraje, el valor deportivo y el deseo de vencer este encuentro memorable, así también, como el de mis compañeros. Y el mérito propio de llegar por primera vez, a mi corta edad, a la definición del título del futbol chiquiano. Llegó aquel esperado, sufrido y caluroso segundo domingo de agosto. El estadio de Jircan, colmado de bulliciosos adeptos y simpatizantes de ambas escuadras aguardaba con expectativa el ansiado y protagónico encuentro.
En la tribuna Sur del estadio, en cuya espalda está por coincidencia el Jr. Tarapacá que nace del sector de Parientana hasta llegar a la altura de Santa cruz, se ubicaba la barra bulliciosa y aguerrida del Sport Cahuide con los colores característicos, de rojo y negro. Al lado opuesto, la tribuna Norte, por donde pasa el Jr. Figueredo, que nace en Jupash y termina en el cementerio, en ese lugar, se hallaba la tribuna del Club Atlético Tarapacá, conn los hinchas apasioinados, alentando estoicamente a sus nobeles integrantes, vestidos de verde y blanco.
Los organizadores, sentados sobre la extendida y destemplada banca de madera y delante de ellos la mesa, rectangular y quejumbrosa, cubierta con un mantel descolorido traído por algún devoto del futbol. Al centro del tablero, posaban los archivos, la relación de los jugadores de los equipos inscritos y en las esquinas, cuatro menudas piedras a fin de evitar que el fuerte viento, de súbito, lo levante en plena tarde de emocionante encuentro de futbol.
Al lado izquierdo de la mesa, unos tres metros, en la pared de adobe, el marcador de madera, pendido de dos clavos enormes y macizos, figuraba, de manera nítida y con letras negras, el nombre de los equipos participantes. En la parte inferior, un mocito, voluntarioso y aficionado a este popular deporte, registraba con las delgadas tablillas manuales y enumeradas, los goles que se anotaba en el transcurso del encuentro. Aquella tarde el marcador de madera mostraba: CLUB ATLETICO TARAPACA 4, SPORT JAIMES 1.
Finalizado el debut de este encuentro memorable, sobre todo para mí, todos los integrantes nos sentíamos henchidos de felicidad, contagiados por el entusiasmo de numerosos simpatizantes. En ese ínterin, siento que alguien me toma del brazo y me lleva a un lado del grupo que aún seguían con la algarabía y el bullicio por el primer triunfo. Para mi asombro, era nada menos que el profesor y jugador del Sport Cahuide, Ricardo Palacios. Con sigilo, se acercó a mi persona, primero para felicitarme con zalameras palabras, luego para decirme que por favor le ayudaría a reforzar su equipo, el Cahuide, porque percibía y pronosticaba con total seguridad que no lograríamos obtener el título. En ese instante me sentí ofendido al oír su delirio de superioridad, en cuanto al deporte, en este caso al futbol. Mi mente se agitó por segundos y solo atiné a responder de manera respetuosa. Por favor, le manifesté, esperemos que termine esta primera fase que recién empieza. Se clasificaban dos equipos de seis o siete que participaban en este certamen.
Mi memoria resucita de protagónicos y de gloriosas tardes de buen futbol, con el estadio colmado de ávidos espectadores. Tal es así, que logramos llegar, invictos, a la definición del título del tradicional y emocionante campeonato de agosto, mes de fiesta patronal, con el equipo favorito, el Sport Cahuide, también invicto, equipo con jugadores experimentados, con muchos torneos cargados de larga historia, con un promedio de 26 años y el nuestro, el Tarapacá, con 17 años. Muchos de nosotros alumnos del Colegio Coronel Bolognesi y el refuerzo de dos reconocidos jugadores, profesores ellos, Gilberto Angulo y Cesar Cubas, quienes nos alentaban y daban seguridad que en el campo éramos los actores principales de este disputado torneo y que por esa misma razón, estábamos definiendo el campeonato.
En mis pensamientos resonaba y recordaba aquel pasaje bíblico de aquellos personajes históricos, cavilaba “esto es un encuentro entre David y Goliat”. Meditando de este modo, evoqué lo que me había expresado semanas antes el profesor Ricardo Palacios, entonteces, surgió desde el fondo de mí ser, el pundonor, el coraje, el valor deportivo y el deseo de vencer este encuentro memorable, así también, como el de mis compañeros. Y el mérito propio de llegar por primera vez, a mi corta edad, a la definición del título del futbol chiquiano. Llegó aquel esperado, sufrido y caluroso segundo domingo de agosto. El estadio de Jircan, colmado de bulliciosos adeptos y simpatizantes de ambas escuadras aguardaba con expectativa el ansiado y protagónico encuentro.
En la tribuna Sur del estadio, en cuya espalda está por coincidencia el Jr. Tarapacá que nace del sector de Parientana hasta llegar a la altura de Santa cruz, se ubicaba la barra bulliciosa y aguerrida del Sport Cahuide con los colores característicos, de rojo y negro. Al lado opuesto, la tribuna Norte, por donde pasa el Jr. Figueredo, que nace en Jupash y termina en el cementerio, en ese lugar, se hallaba la tribuna del Club Atlético Tarapacá, conn los hinchas apasioinados, alentando estoicamente a sus nobeles integrantes, vestidos de verde y blanco.
Veía a los entusiasmados seguidores que con mucha perspicacia habían colocado piedritas dentro de las latas de variadas formas y tamaños. Haciendo tronar mejor que las matracas tradicionales. Alentaban a la barra con inaudito griterío. De manera particular, para muchos de nosotros, era la primera vez que participábamos en una definición de tan importante y competitivo campeonato en nuestra corta carrera de futbolistas. ¡Imagínense con la emoción y los nervios de punta!
Con mis quince años, veía al frente a un equipo fogueado con notables jugadores, pero, ahí, estaban a nuestro lado los dirigentes, viejos hinchas, ex jugadores de antaño, apoyándonos moralmente, con frenesí, con apasionamiento indescriptible, fanatismo y emoción, así como también una legión de simpatizantes estudiantes de las diferentes escuelas y del colegio cantando a viva voz y haciendo repicar las ruidosas latas “¡¡Vamos, vamos tarapaqueño quiero verte campeón!!”
Rememoro aquel equipo, disculpen, así con las manos juntas si me olvido de alguien, han pasado tantos años de aquella tarde épica de futbol. En el arco, custodiado por nuestro recordado Rodolfo Fernández Agüero (Picollo), de marcador puntilloso derecho, el veterano profesor, Gilberto Angulo, de back central, Carlos Bissetti (Cholo) con buena ubicación y elegante salida con el balón, junto a él, Fidel Alva (Cahsqui) complemento en los oportunos cortes y aguerrido, de marcador izquierdo Darío Zambrano, de excelente anticipación, en la volante estaban dos guerreros incansables y excelentes dominadores del balón, Arnaldo Balarezo y Filemón Velásquez eterno tarapaqueño, completaba aquella volante el más joven de aquel perpetuado equipo, Hugo Vílchez, el que se divertía con el balón y a los espectadores, ya sea con bicicletas o túneles, para dar los pases largos o cortos a los delanteros, conformado por el Profesor Cubas, veloz e incisivo por el lado derecho, a la izquierda por el hábil y quimboso Nando Lemus y de centro delantero estaba el dribleador innato de jugadas inesperadas y de potentes disparos con ambas piernas, Perching Vílchez, en esta camada de jugadores jóvenes, figuraban Catire, José Barrenechea, José Aldave, Edmundo Romero.
Con mis quince años, veía al frente a un equipo fogueado con notables jugadores, pero, ahí, estaban a nuestro lado los dirigentes, viejos hinchas, ex jugadores de antaño, apoyándonos moralmente, con frenesí, con apasionamiento indescriptible, fanatismo y emoción, así como también una legión de simpatizantes estudiantes de las diferentes escuelas y del colegio cantando a viva voz y haciendo repicar las ruidosas latas “¡¡Vamos, vamos tarapaqueño quiero verte campeón!!”
Rememoro aquel equipo, disculpen, así con las manos juntas si me olvido de alguien, han pasado tantos años de aquella tarde épica de futbol. En el arco, custodiado por nuestro recordado Rodolfo Fernández Agüero (Picollo), de marcador puntilloso derecho, el veterano profesor, Gilberto Angulo, de back central, Carlos Bissetti (Cholo) con buena ubicación y elegante salida con el balón, junto a él, Fidel Alva (Cahsqui) complemento en los oportunos cortes y aguerrido, de marcador izquierdo Darío Zambrano, de excelente anticipación, en la volante estaban dos guerreros incansables y excelentes dominadores del balón, Arnaldo Balarezo y Filemón Velásquez eterno tarapaqueño, completaba aquella volante el más joven de aquel perpetuado equipo, Hugo Vílchez, el que se divertía con el balón y a los espectadores, ya sea con bicicletas o túneles, para dar los pases largos o cortos a los delanteros, conformado por el Profesor Cubas, veloz e incisivo por el lado derecho, a la izquierda por el hábil y quimboso Nando Lemus y de centro delantero estaba el dribleador innato de jugadas inesperadas y de potentes disparos con ambas piernas, Perching Vílchez, en esta camada de jugadores jóvenes, figuraban Catire, José Barrenechea, José Aldave, Edmundo Romero.
El Cahuide formaba en la portería con el ágil Pipa, en la defensa se ubicaban los profesores Leocadio y Juvenal ambos experimentados y recorridos en los años del futbol chiquiano, Pancal hábil marcador izquierdo y Odón, el más joven, fuerte y aguerrido, en la volante, Caballero, el más dúctil y técnico para jugar al futbol, el mellizo Villafuerte el responsable de organizar con sus pases precisos a sus delanteros y demás compañeros y el profesor Ricardo Palacios, su misión era de marcar a los jugadores contrarios con mucha fuerza seguridad y técnica, en la ofensiva estaba conformado, según los entendidos, por el mejor puntero derecho del futbol chiquiano, Cesar Ortiz (choclón), Chalchi fuerte veloz y Andrés Vásquez (Lapsha) buscando la mejor oportunidad para desmarcase y provocar situaciones de apremio en el arco contrario.
Los Profesores Cubas y Angulo nos reúnen, ahí, en nuestra tribuna, para abrazamos, con emoción y cargados de fuerza, nos dotan de confianza necesaria. El primero de los nombrados nos dice que tenemos que salir pronto porque hoy es una fecha memorable para todos nosotros, hoy es nuestra victoria… Y al compás de la sonora banda de músicos, como cada domingo, pero esta vez, tocan con más entusiasmo y sentimiento. Era la final que con mucha expectativa se había esperado durante toda la semana por los aficionados amantes del buen futbol, simpatizantes e hinchas de ambas escuadras. No faltaban aquellos fanáticos que nos llegaban a insultar con improperios y amenazas, sabíamos que esto era para amedrentarnos y desmoralizarnos, sin embargo, estábamos preparados para esta contienda trascendental del futbol chiquiano.
Como de costumbre, después de las recomendaciones de Cubas y Angulo, salimos de nuestra histórica tribuna con el griterío, los canticos acompañados con las latas bullangueras que hacían retumbar a los espectadores del estadio con un ¡¡ARRIBA TARAPACA!! ¡¡VAMOS…VAMOS TARAPAQUEÑO QUIERO VERTE CAMPEON!! Y como cada tarde de domingo, fiesta del futbol, cruzamos por el costado del arco, encomendándonos al altísimo con la mirada dirigida hacia el vasto cielo, aquella tarde se hallaba claro y azulado. Fuimos los primeros en salir al campo, era un momento de exaltación, con sentimientos encontrados, de nerviosismo y a la vez de tranquilidad, porque nos sentíamos resguardados por nuestros cientos de seguidores, además, aspirábamos ganar uno de tantos campeonatos para nuestro querido Club. El equipo contrario, parecía estar nervioso, se demoraban en salir de la tribuna. Todas las zonas del campo; las áreas, grande y pequeña, el punto de pena máxima, el penal, la circunferencia del centro y de tiro de esquina, resaltaban de blanco, marcados por el yeso. Todo estaba listo para este significativo encuentro.
Los Profesores Cubas y Angulo nos reúnen, ahí, en nuestra tribuna, para abrazamos, con emoción y cargados de fuerza, nos dotan de confianza necesaria. El primero de los nombrados nos dice que tenemos que salir pronto porque hoy es una fecha memorable para todos nosotros, hoy es nuestra victoria… Y al compás de la sonora banda de músicos, como cada domingo, pero esta vez, tocan con más entusiasmo y sentimiento. Era la final que con mucha expectativa se había esperado durante toda la semana por los aficionados amantes del buen futbol, simpatizantes e hinchas de ambas escuadras. No faltaban aquellos fanáticos que nos llegaban a insultar con improperios y amenazas, sabíamos que esto era para amedrentarnos y desmoralizarnos, sin embargo, estábamos preparados para esta contienda trascendental del futbol chiquiano.
Como de costumbre, después de las recomendaciones de Cubas y Angulo, salimos de nuestra histórica tribuna con el griterío, los canticos acompañados con las latas bullangueras que hacían retumbar a los espectadores del estadio con un ¡¡ARRIBA TARAPACA!! ¡¡VAMOS…VAMOS TARAPAQUEÑO QUIERO VERTE CAMPEON!! Y como cada tarde de domingo, fiesta del futbol, cruzamos por el costado del arco, encomendándonos al altísimo con la mirada dirigida hacia el vasto cielo, aquella tarde se hallaba claro y azulado. Fuimos los primeros en salir al campo, era un momento de exaltación, con sentimientos encontrados, de nerviosismo y a la vez de tranquilidad, porque nos sentíamos resguardados por nuestros cientos de seguidores, además, aspirábamos ganar uno de tantos campeonatos para nuestro querido Club. El equipo contrario, parecía estar nervioso, se demoraban en salir de la tribuna. Todas las zonas del campo; las áreas, grande y pequeña, el punto de pena máxima, el penal, la circunferencia del centro y de tiro de esquina, resaltaban de blanco, marcados por el yeso. Todo estaba listo para este significativo encuentro.
En el sorteo a quien le corresponde iniciar esta contienda, es a favor nuestro, creo que era un buen augurio de esa tarde memorable, iniciamos con una inédita llegada sorpresiva que provocamos el primer tiro de esquina antes del primer minuto, el encargado de ejecutarlo es Perching. El profesor, Angulo, que está en el medio del campo, de repente, da un grito estrepitoso que se escucha por todo el estrado, colmado de espectadores —¡están nerviosos!— En efecto, lo estaban. Desesperados, no sabían a quién marcar, Nando, zurdo, técnico y dominador, Cubas, veloz e incisivo, Perching, buen ejecutor de los tiros libres y de esquina. Arnaldo y Filemón, guapos que no se amilanan, Hugo, que esperaba el momento oportuno. Recién empezaba el encuentro. Todo el estadio abarrotado de aficionados y simpatizantes ya se encuentran, apenas iniciado el partido, en completa expectativa, para unos les ganaba el nerviosísimo; agarrándose los cabellos, estirando el cuello si el que estaba adelante no le dejaba ver, se pasan las manos sobre los rostros, sacar los cigarrillos, con desesperación de entre los bolsillos de la camisa, para otros, la alegría de ver un espectáculo, esperado por todos, de un futbol bien jugado y sobre todo bonito para la vista del espectador.
Justo el tiro de esquina era junto a nuestra tribuna, oíamos a nuestra barra gritando y dando hurras, ¡¡ y viene el gol y vine el gol!! Todos atentos a ver qué es lo que sucedía. Perching ve el panorama a quien dar el pase, lanzar al centro o a alguien que está en una mejor posición. Observa que me acerco con cautela por la esquina del área grande, toca el balón con el empeine de su pie derecho entre fuerte y suave que pasa de forma sorpresiva entre las piernas de un defensor del Cahuide, aprovecho la mínima oportunidad, le doy un toque blando, con la punta del pie derecho, la pelota atravesando varias piernas, iba en dirección del poste derecho y abajo, Pipa por más esfuerzo que hizo nunca pudo atajarlo, ¡era el primer gol!, grite con emoción y a todo pulmón, la alegría me embarga, los compañeros celebran con innumerables voces indefinibles y abrazos. Llegó la sorpresa de la tarde y para todo el estadio, ni nosotros, los mismos jugadores, lo creíamos. En medio de esta agitación se escucha las melodías de la banda celebrando el primer gol de la tarde. Al voltear para seguir festejando vi al amigo de infancia, Cholo Bissetti, que venía corriendo con lágrimas en los ojos y los brazos abiertos para darme un enorme y prolongado abrazo, contagiando a la tribuna nuestra que demostraban su algarabía, saltando, alentando y gritando; en el Cahuide cundía el nerviosismo, desesperación…
El encuentro era de ida y vuelta, por la trascendencia, se torna como una de las finales más reñidas, tanto como para mis compañeros y el mío propio. Quizás el primer gol tempranero nos dio tranquilidad y confianza. Es así, como en el centro del campo, en la circunferencia pintada con el yeso blanco, el que me había comentado que no lograríamos alcanzar el campeonato, con habilidad y técnica, le hice un par de túneles en pocos segundos para el deleite del público ahí presente y para los hinchas simpatizantes del Tarapacá.
Desfila presuroso los minutos. Antes de terminar el primer tiempo por el sector de nuestra tribuna Nando, zurdo hábil, realiza una jugada astuta, con un enganche, deja atrás a su marcador, sigue avanzando, viene otro defensor a su encuentro, al verse burlado con una ágil finta, comete una falta como último recurso. Creo, que esa tarde el cielo estaba vestido de verde y blanco. El punto de tiro libre era más o menos tres a cuatro metros fuera del área grande. Perching agarra el balón con tranquilidad, lo coloca en el punto de la falta cometido por el jugador contrario. Con el rostro sereno, daba la sensación que era el segundo gol. La barra cerca de nosotros gritaba a todo pulmón, ¡otro gol, otro gol! Durante el primer tiempo, nuestro atildado futbol era el mejor, creando más ocasiones de gol que el equipo oponente.
El árbitro cuenta los pasos respectivos según el reglamento, se coloca la barrera, todos ellos angustiados, la barra no deja de alentarnos, Perching de nuevo acomoda la pelota. Toma distancia, la barra del Cahuide con los dedos entre los labios, expectantes, inquietos, suspirando, los corazones cahuidistas se agitan, con la angustia de lo que puede suceder. Pipa desde el poste derecho grita a su barrera; que se junten que no dejen ningún espacio. Todo el estadio, por unos segundos, en sepulcral silencio. Perching observa con atención la barrera, al arquero y el arco, empieza a correr… tres cuatro zancadas y con el empeine del lado derecho del pie izquierdo pega a la pelota, este, en su recorrido, va surcando por el aire haciendo una curva ligera rumbo a la portería, al lado derecho, entre el travesaño y el parante, Pipa vuela de forma acrobática, no llegará a atajar… llega el… ¡segundo gol! Silencio en la barra del Cahuide, rostros de derrota, los jugadores se miran unos y otros impotentes sin ninguna reacción. La barra del Tarapacá grita, salta con total entusiasmo, celebrando de manera apoteósica; se escucha las alegres melodías de la banda, con el bombo, la tarola, los platillos, trompetas, clarinetes, saxos, y bajos que provoca y dan rienda suelta de alegría y emoción incontenible. Se celebra el segundo gol, hinchas fanáticos entran al campo entre ellos Don Julio Vásquez, Anatolio Calderón, los hermanos Gregorio y Edmundo Ramírez, Abilio Jara…y entre ellos muchos jóvenes que tumban a Perching y sobre él una torre humana que le dejan sin aliento y casi ahogado, segundos de agitación indescriptible.
Termina el primer tiempo. El marcador manual de madera colgado en la pared de adobe indicaba por el momento: Tarapacá (2) Cahuide (0). Llegando a la tribuna, las entusiastas damas tarapaqueñas nos esperan con las jugosas naranjas para saciar la sed por el trajín del juego mismo. Mientras tanto, en la tribuna, flameaba la banderola verde y blanco, jugadores e hinchas nos abrazábamos con sentimientos de emoción y algarabía, también de inquietud porque faltaba jugar el segundo tiempo. Cubas y Angulo, experimentados futbolistas, como nuevos entrenadores, nos dan las respectivas indicaciones para enfrentar lo que quedaba por jugar.
Se reinicia la segunda etapa de esta gran final del futbol Chiquiano. En el Tarapacá no hay cambios. El Cahuide inicia las acciones. El encuentro se torna parejo, a pesar que ellos, tenían mayor experiencia. Sus ataques se hace más frecuente, nuestra heroica defensa se ampara con las magníficas intervenciones de Picollo, la anticipación de Darío Zambrano, la buena salida con el balón de Cholo Bissetti, la garra de Fidel Alva, la experiencia y fuerza de Angulo, Arnaldo y Filemón trajinando por todos los sectores del campo quitando la pelota y dando buenos servicios, nosotros solo esperábamos el mejor momento para salir jugando, generar jugadas y hacer los pases precisos para liquidar el encuentro.
Las barras de ambos equipos alientan, el Cahuide de querer empatar el marcador y tener la esperanza de remontar el partido. En las tribunas, los simpatizantes con los nervios de punta, en la jugadas de peligro para cada equipo, saltaban, dan vueltas, se miraban unos a otros queriendo dar alguna explicación, no era para menos era la final y sobre todo eran los favoritos. Por un instante se desconcentra la defensa nuestra, corrían treinta minutos del segundo tiempo, y en el menor descuido el Cahuide anota su ¡primer gol! Lo celebran se abrazan entre todos ellos, los seguidores festejan, sonríen y alientan con arrebato, pasión y aun guardan esperanzas de un resultado favorable.
Para nosotros, en su mayoría jugadores muy jóvenes, lo tomamos con cierta inquietud, y los hinchas empiezan a ponerse cada vez más nerviosos. Por momentos dejan de alentarnos, dejan de sonar los bulliciosos tarritos. Picollo nos salva de muchos goles. El cansancio apremia y se siente cada vez más, quizás por la ansiedad de no anotar un gol más o que nos empaten. Faltando cinco minutos para terminar, se equilibra el partido, es de ida y vuelta en ambas porterías, se pone interesante y cunde la emoción del encuentro entre los dos equipos tradicionales. Se presentan excelentes jugadas en ambos equipos que pueden balancear el resultado definitivo. En ese trance, el incansable Arnaldo, después de haber quitado el balón, con elegancia, a un contrario, levanta la cabeza me ve solo en el medio del campo y entre dos jugadores me da un pase en callejón, el pelota está en mi pie derecho, me dan tiempo para ver a los delanteros. Nando me pide el pase, veo que lo marcan, Perching un poco más distante, alza la mano, Cubas aún más lejos, se queda quieto por un momento. Segundos para definir a quien le doy la pelota, de repente, veo a Nando que se cruza entre dos jugadores y le doy el pase, corre con la pelota por la izquierda frente a la barra del Cahuide, elude a uno…dos y saca un centro preciso a ras del campo, Perching, que lo acompaña, toma la pelota con el pie izquierdo y en un santiamén con el pie derecho se saca de encima a un defensor, levanta la cabeza y ve por la derecha a Cubas que venía a velocidad, le cede el balón con el empeine del pie derecho, y nuestro puntero hace lo más fácil, tocarla con suavidad y anotar el ansiado tercer gol, era una jugada de laboratorio. Silencio sepulcral en la barra del Cahuide, jugadores mirándose uno al otro hunden la cabeza al ceniciento suelo. De nuevo repiquetean con mayor fuerza, emoción y pasión la melodías de la banda…tocando…”tarapaqueño soy casaca verde desde adentro soy”…Cubas mientras corre, grita y celebra el tercer gol, se abraza con todos los jugadores, con los simpatizantes de toda edad que habían invadido el campo, se escucha el griterío de los tarros dando mayor realce y alegría, con lágrimas en los ojos que caían sobre los rostros de viejos, damas, jóvenes y niños, adeptos tarapaqueños. Son largos minutos que parecen ser eternos que se siente muy pocas veces y el futbol es uno de ellos que provoca e invade jubilo ventura y dicha que con palabras no se puede describir lo que se siente con apenas quince años.
Fue una lección de humildad y unión de todos los jugadores, dirigentes y simpatizantes y como corolario se pudo obtener aquel preciado campeonato luego de varios años de ausencia. El profesor y jugador Ricardo Palacios, jamás, volvió a buscarme. Y aquel marcador manual de madera, colgado en la pared de adobe, indicaba el resultado final: TARAPACÁ 3 CAHUIDE 1
Pichuychanca
Hugo Vílchez Romero
[email protected]
Pichuychanca Hugo Silva Romero [email protected]
Justo el tiro de esquina era junto a nuestra tribuna, oíamos a nuestra barra gritando y dando hurras, ¡¡ y viene el gol y vine el gol!! Todos atentos a ver qué es lo que sucedía. Perching ve el panorama a quien dar el pase, lanzar al centro o a alguien que está en una mejor posición. Observa que me acerco con cautela por la esquina del área grande, toca el balón con el empeine de su pie derecho entre fuerte y suave que pasa de forma sorpresiva entre las piernas de un defensor del Cahuide, aprovecho la mínima oportunidad, le doy un toque blando, con la punta del pie derecho, la pelota atravesando varias piernas, iba en dirección del poste derecho y abajo, Pipa por más esfuerzo que hizo nunca pudo atajarlo, ¡era el primer gol!, grite con emoción y a todo pulmón, la alegría me embarga, los compañeros celebran con innumerables voces indefinibles y abrazos. Llegó la sorpresa de la tarde y para todo el estadio, ni nosotros, los mismos jugadores, lo creíamos. En medio de esta agitación se escucha las melodías de la banda celebrando el primer gol de la tarde. Al voltear para seguir festejando vi al amigo de infancia, Cholo Bissetti, que venía corriendo con lágrimas en los ojos y los brazos abiertos para darme un enorme y prolongado abrazo, contagiando a la tribuna nuestra que demostraban su algarabía, saltando, alentando y gritando; en el Cahuide cundía el nerviosismo, desesperación…
El encuentro era de ida y vuelta, por la trascendencia, se torna como una de las finales más reñidas, tanto como para mis compañeros y el mío propio. Quizás el primer gol tempranero nos dio tranquilidad y confianza. Es así, como en el centro del campo, en la circunferencia pintada con el yeso blanco, el que me había comentado que no lograríamos alcanzar el campeonato, con habilidad y técnica, le hice un par de túneles en pocos segundos para el deleite del público ahí presente y para los hinchas simpatizantes del Tarapacá.
Desfila presuroso los minutos. Antes de terminar el primer tiempo por el sector de nuestra tribuna Nando, zurdo hábil, realiza una jugada astuta, con un enganche, deja atrás a su marcador, sigue avanzando, viene otro defensor a su encuentro, al verse burlado con una ágil finta, comete una falta como último recurso. Creo, que esa tarde el cielo estaba vestido de verde y blanco. El punto de tiro libre era más o menos tres a cuatro metros fuera del área grande. Perching agarra el balón con tranquilidad, lo coloca en el punto de la falta cometido por el jugador contrario. Con el rostro sereno, daba la sensación que era el segundo gol. La barra cerca de nosotros gritaba a todo pulmón, ¡otro gol, otro gol! Durante el primer tiempo, nuestro atildado futbol era el mejor, creando más ocasiones de gol que el equipo oponente.
El árbitro cuenta los pasos respectivos según el reglamento, se coloca la barrera, todos ellos angustiados, la barra no deja de alentarnos, Perching de nuevo acomoda la pelota. Toma distancia, la barra del Cahuide con los dedos entre los labios, expectantes, inquietos, suspirando, los corazones cahuidistas se agitan, con la angustia de lo que puede suceder. Pipa desde el poste derecho grita a su barrera; que se junten que no dejen ningún espacio. Todo el estadio, por unos segundos, en sepulcral silencio. Perching observa con atención la barrera, al arquero y el arco, empieza a correr… tres cuatro zancadas y con el empeine del lado derecho del pie izquierdo pega a la pelota, este, en su recorrido, va surcando por el aire haciendo una curva ligera rumbo a la portería, al lado derecho, entre el travesaño y el parante, Pipa vuela de forma acrobática, no llegará a atajar… llega el… ¡segundo gol! Silencio en la barra del Cahuide, rostros de derrota, los jugadores se miran unos y otros impotentes sin ninguna reacción. La barra del Tarapacá grita, salta con total entusiasmo, celebrando de manera apoteósica; se escucha las alegres melodías de la banda, con el bombo, la tarola, los platillos, trompetas, clarinetes, saxos, y bajos que provoca y dan rienda suelta de alegría y emoción incontenible. Se celebra el segundo gol, hinchas fanáticos entran al campo entre ellos Don Julio Vásquez, Anatolio Calderón, los hermanos Gregorio y Edmundo Ramírez, Abilio Jara…y entre ellos muchos jóvenes que tumban a Perching y sobre él una torre humana que le dejan sin aliento y casi ahogado, segundos de agitación indescriptible.
Termina el primer tiempo. El marcador manual de madera colgado en la pared de adobe indicaba por el momento: Tarapacá (2) Cahuide (0). Llegando a la tribuna, las entusiastas damas tarapaqueñas nos esperan con las jugosas naranjas para saciar la sed por el trajín del juego mismo. Mientras tanto, en la tribuna, flameaba la banderola verde y blanco, jugadores e hinchas nos abrazábamos con sentimientos de emoción y algarabía, también de inquietud porque faltaba jugar el segundo tiempo. Cubas y Angulo, experimentados futbolistas, como nuevos entrenadores, nos dan las respectivas indicaciones para enfrentar lo que quedaba por jugar.
Se reinicia la segunda etapa de esta gran final del futbol Chiquiano. En el Tarapacá no hay cambios. El Cahuide inicia las acciones. El encuentro se torna parejo, a pesar que ellos, tenían mayor experiencia. Sus ataques se hace más frecuente, nuestra heroica defensa se ampara con las magníficas intervenciones de Picollo, la anticipación de Darío Zambrano, la buena salida con el balón de Cholo Bissetti, la garra de Fidel Alva, la experiencia y fuerza de Angulo, Arnaldo y Filemón trajinando por todos los sectores del campo quitando la pelota y dando buenos servicios, nosotros solo esperábamos el mejor momento para salir jugando, generar jugadas y hacer los pases precisos para liquidar el encuentro.
Las barras de ambos equipos alientan, el Cahuide de querer empatar el marcador y tener la esperanza de remontar el partido. En las tribunas, los simpatizantes con los nervios de punta, en la jugadas de peligro para cada equipo, saltaban, dan vueltas, se miraban unos a otros queriendo dar alguna explicación, no era para menos era la final y sobre todo eran los favoritos. Por un instante se desconcentra la defensa nuestra, corrían treinta minutos del segundo tiempo, y en el menor descuido el Cahuide anota su ¡primer gol! Lo celebran se abrazan entre todos ellos, los seguidores festejan, sonríen y alientan con arrebato, pasión y aun guardan esperanzas de un resultado favorable.
Para nosotros, en su mayoría jugadores muy jóvenes, lo tomamos con cierta inquietud, y los hinchas empiezan a ponerse cada vez más nerviosos. Por momentos dejan de alentarnos, dejan de sonar los bulliciosos tarritos. Picollo nos salva de muchos goles. El cansancio apremia y se siente cada vez más, quizás por la ansiedad de no anotar un gol más o que nos empaten. Faltando cinco minutos para terminar, se equilibra el partido, es de ida y vuelta en ambas porterías, se pone interesante y cunde la emoción del encuentro entre los dos equipos tradicionales. Se presentan excelentes jugadas en ambos equipos que pueden balancear el resultado definitivo. En ese trance, el incansable Arnaldo, después de haber quitado el balón, con elegancia, a un contrario, levanta la cabeza me ve solo en el medio del campo y entre dos jugadores me da un pase en callejón, el pelota está en mi pie derecho, me dan tiempo para ver a los delanteros. Nando me pide el pase, veo que lo marcan, Perching un poco más distante, alza la mano, Cubas aún más lejos, se queda quieto por un momento. Segundos para definir a quien le doy la pelota, de repente, veo a Nando que se cruza entre dos jugadores y le doy el pase, corre con la pelota por la izquierda frente a la barra del Cahuide, elude a uno…dos y saca un centro preciso a ras del campo, Perching, que lo acompaña, toma la pelota con el pie izquierdo y en un santiamén con el pie derecho se saca de encima a un defensor, levanta la cabeza y ve por la derecha a Cubas que venía a velocidad, le cede el balón con el empeine del pie derecho, y nuestro puntero hace lo más fácil, tocarla con suavidad y anotar el ansiado tercer gol, era una jugada de laboratorio. Silencio sepulcral en la barra del Cahuide, jugadores mirándose uno al otro hunden la cabeza al ceniciento suelo. De nuevo repiquetean con mayor fuerza, emoción y pasión la melodías de la banda…tocando…”tarapaqueño soy casaca verde desde adentro soy”…Cubas mientras corre, grita y celebra el tercer gol, se abraza con todos los jugadores, con los simpatizantes de toda edad que habían invadido el campo, se escucha el griterío de los tarros dando mayor realce y alegría, con lágrimas en los ojos que caían sobre los rostros de viejos, damas, jóvenes y niños, adeptos tarapaqueños. Son largos minutos que parecen ser eternos que se siente muy pocas veces y el futbol es uno de ellos que provoca e invade jubilo ventura y dicha que con palabras no se puede describir lo que se siente con apenas quince años.
Fue una lección de humildad y unión de todos los jugadores, dirigentes y simpatizantes y como corolario se pudo obtener aquel preciado campeonato luego de varios años de ausencia. El profesor y jugador Ricardo Palacios, jamás, volvió a buscarme. Y aquel marcador manual de madera, colgado en la pared de adobe, indicaba el resultado final: TARAPACÁ 3 CAHUIDE 1
Pichuychanca
Hugo Vílchez Romero
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Pichuychanca Hugo Silva Romero [email protected]