EL CHIQUIÁN DE NUESTRA MEMORIA
Esta nota la estoy escribiendo a mano, cómodamente sentado en una de las bancas de la plaza de armas de Chiquián, gozando de los abrazantes rayos del sol andino y el delicado olor de las rosas multicolores que adornan esta plaza en la que tantas veces jugué de niño. Indudablemente que el Chiquián que conocimos en nuestra niñez ha cambiado; lejanos están los días en que sus calles lucían empedradas y el agua llegaba a contadas pilas de cemento, ubicadas en esquinas estratégicas a través del pequeño pueblo que era entonces, para mitigar la sed de sus moradores. Hoy la realidad es diferente, nuestro pueblo ha crecido, tanto en tamaño como en población. Sus calles lucen pavimentadas y se pueden ver edificios modernos de varios pisos, algunos obscenamente altos para una bucólica ciudad como Chiquián. Para aquellos que no tenemos la suerte de vivir en nuestra tierra encontramos que salvo contadas excepciones, una gran parte de su población está formada por caras nuevas, sin que ello signifique no sean chiquianos. Algunos son hijos de padres chiquianos que viven en el recuerdo de sus hijos, otros son descendientes de migrantes que han llegado de los pueblos aledaños en busca de mejores horizontes, fenómeno social que irremediablemente sucede en todas partes de nuestro territorio nacional en particular y en el mundo en general.
Nos guste o no, la modernidad de la vida a llegado a nuestra tierra, traducida en buen número de moto taxis que cruzan sus estrechas calles durante todo el día, el servicio se extiende a las chacras aledañas, señalando el fin del brioso corcel y del humilde pollino, motivo de orgullo para su jinete el primero y gran ayuda en el trabajo campestre el segundo. Además el tráfico vehicular, taxis a Conococha, micros a Huasta, Aquia, Pachapaque y otros pueblos cercanos y no tan cercanos hacen que se deba tener especial cuidado para transitar en Chiquián. Lejanos están los días en que de niños íbamos chuncando, sumidos en nuestro propio mundo infantil, por el medio de la calle Comercio o cualquier otra para hacer algún mandado, motivando con la tardanza el enojo de nuestras madres y su justa reprimenda, que por lo general iba con un respectivo jalón de orejas o, en el peor de los casos, con el uso diestro del cashpi, y no precisamente para tostar cancha en el fogón. Sí, porque en esas épocas se acostumbraba cocinar con leña, no con gas como se hace ahora; ir a la salida del cementerio para esperar a los vendedores de leña era una actividad que los niños chiquianos de hoy en día desconocen.
En la actualidad, es muy lamentable decirlo, el servicio de luz eléctrica es deficiente, se va en el momento menos deseado, especialmente en la noche cuando es más necesario, motivo por el cual es bueno tener una linterna a baterías y unas cuantas velas a la mano. Por otro lado la Internet no cuenta con la llamada banda ancha, motivando que escribir un simple correo electrónico sea un trabajo que requiere de la más absoluta paciencia. Esto último es bastante grave debido a la importancia que tiene la Internet en la educación moderna, cuando es correctamente utilizada se entiende. Hay la esperanza que este problema tenga pronta solución, parece que hay una empresa extranjera que ha comenzado a trabajar para solucionar este inconveniente, esperemos que pronto se haga realidad esa oferta, sobre todo si en el Instituto Técnico se ofrece un programa de computación.
Pasear por los alrededores de Chiquián es poder apreciar cuanto ha crecido, la gruta de la antigua carretera que antaño estaba a regular distancia de la población y era lugar de paseo obligado para todos los que pasamos por el jardín de la infancia dirigido por la Srta. Carmen Arévalo, ahora está prácticamente dentro del casco urbano de la ciudad, algo similar sucede por los demás contornos de la ciudad. En fin, son signos que irremediablemente suceden en el desarrollo de un pueblo. Chiquián no es la excepción, es simplemente el reflejo de que el tiempo va pasando. Sin embargo, y esto es agradable decirlo, lo que no ha cambiado es el sabor inconfundible de sus dulces alfajores, los helados de leche que vende la Sra. Valverde en el mercado y, por supuesto, la excelencia de los quesos y mantequillas chiquianos cuya calidad es ampliamente reconocida.
Volver a Chiquián cada año es una experiencia invalorable, quizá no sea la misma de nuestra niñez, pero el recuerdo que de ella tenemos nos hace cerrar los ojos para soñar y de esa forma volver a vivir.
Esta nota la estoy escribiendo a mano, cómodamente sentado en una de las bancas de la plaza de armas de Chiquián, gozando de los abrazantes rayos del sol andino y el delicado olor de las rosas multicolores que adornan esta plaza en la que tantas veces jugué de niño. Indudablemente que el Chiquián que conocimos en nuestra niñez ha cambiado; lejanos están los días en que sus calles lucían empedradas y el agua llegaba a contadas pilas de cemento, ubicadas en esquinas estratégicas a través del pequeño pueblo que era entonces, para mitigar la sed de sus moradores. Hoy la realidad es diferente, nuestro pueblo ha crecido, tanto en tamaño como en población. Sus calles lucen pavimentadas y se pueden ver edificios modernos de varios pisos, algunos obscenamente altos para una bucólica ciudad como Chiquián. Para aquellos que no tenemos la suerte de vivir en nuestra tierra encontramos que salvo contadas excepciones, una gran parte de su población está formada por caras nuevas, sin que ello signifique no sean chiquianos. Algunos son hijos de padres chiquianos que viven en el recuerdo de sus hijos, otros son descendientes de migrantes que han llegado de los pueblos aledaños en busca de mejores horizontes, fenómeno social que irremediablemente sucede en todas partes de nuestro territorio nacional en particular y en el mundo en general.
Nos guste o no, la modernidad de la vida a llegado a nuestra tierra, traducida en buen número de moto taxis que cruzan sus estrechas calles durante todo el día, el servicio se extiende a las chacras aledañas, señalando el fin del brioso corcel y del humilde pollino, motivo de orgullo para su jinete el primero y gran ayuda en el trabajo campestre el segundo. Además el tráfico vehicular, taxis a Conococha, micros a Huasta, Aquia, Pachapaque y otros pueblos cercanos y no tan cercanos hacen que se deba tener especial cuidado para transitar en Chiquián. Lejanos están los días en que de niños íbamos chuncando, sumidos en nuestro propio mundo infantil, por el medio de la calle Comercio o cualquier otra para hacer algún mandado, motivando con la tardanza el enojo de nuestras madres y su justa reprimenda, que por lo general iba con un respectivo jalón de orejas o, en el peor de los casos, con el uso diestro del cashpi, y no precisamente para tostar cancha en el fogón. Sí, porque en esas épocas se acostumbraba cocinar con leña, no con gas como se hace ahora; ir a la salida del cementerio para esperar a los vendedores de leña era una actividad que los niños chiquianos de hoy en día desconocen.
En la actualidad, es muy lamentable decirlo, el servicio de luz eléctrica es deficiente, se va en el momento menos deseado, especialmente en la noche cuando es más necesario, motivo por el cual es bueno tener una linterna a baterías y unas cuantas velas a la mano. Por otro lado la Internet no cuenta con la llamada banda ancha, motivando que escribir un simple correo electrónico sea un trabajo que requiere de la más absoluta paciencia. Esto último es bastante grave debido a la importancia que tiene la Internet en la educación moderna, cuando es correctamente utilizada se entiende. Hay la esperanza que este problema tenga pronta solución, parece que hay una empresa extranjera que ha comenzado a trabajar para solucionar este inconveniente, esperemos que pronto se haga realidad esa oferta, sobre todo si en el Instituto Técnico se ofrece un programa de computación.
Pasear por los alrededores de Chiquián es poder apreciar cuanto ha crecido, la gruta de la antigua carretera que antaño estaba a regular distancia de la población y era lugar de paseo obligado para todos los que pasamos por el jardín de la infancia dirigido por la Srta. Carmen Arévalo, ahora está prácticamente dentro del casco urbano de la ciudad, algo similar sucede por los demás contornos de la ciudad. En fin, son signos que irremediablemente suceden en el desarrollo de un pueblo. Chiquián no es la excepción, es simplemente el reflejo de que el tiempo va pasando. Sin embargo, y esto es agradable decirlo, lo que no ha cambiado es el sabor inconfundible de sus dulces alfajores, los helados de leche que vende la Sra. Valverde en el mercado y, por supuesto, la excelencia de los quesos y mantequillas chiquianos cuya calidad es ampliamente reconocida.
Volver a Chiquián cada año es una experiencia invalorable, quizá no sea la misma de nuestra niñez, pero el recuerdo que de ella tenemos nos hace cerrar los ojos para soñar y de esa forma volver a vivir.