Manuel nieves fabián
Fotografía del Daniel Robles Reyes: Laguna de Huamanhueque en las alturas de Aquia.
EL CAZADOR, LAS PALOMAS Y EL ZORRO

Bajaba por el estrecho sendero con la hondilla colgada en el cuello y una sarta de tres palomas que se balanceaban desde el puño de su mano izquierda. Un ruiseñor que pasó volando vio a las palomas muertas, y soltando un suspiro quiso santiguarse con la punta de sus alas, pero se vio en peligro al caer vertiginosamente. Tuvo que batir las alas para recuperar el espacio perdido, y muy asustado se dijo para sí: “Casi me rompo el pico por culpa de ese cazador. ¿Qué culpa tuvieron esas inocentes palomitas para recibir tremendo castigo?” –y continuó su vuelo.
Minutos después pasó el zorzal, y al ver semejante cuadro, espantado y batiendo las alas cruzó el espacio con su característico ¡yoc, yoc, yoc!
El picaflor hizo un alto en su rasante vuelo, fueron segundos que se mantuvo quieto en el aire, y compadecido de sus parientes las aves, quiso volar al cielo para hacer su queja y el asesino fuera juzgado por el crimen cometido.
Shatuco, el diestro cazador del pueblo, ajeno a los lamentos de las aves, un tanto despreocupado avanzaba; pero desde la quebrada a donde llega la primera curva del camino, sorpresivamente salió un zorro y al encontrarse frente a frente con el cazador, el animal dio un salto hacia atrás y corrió por el matorral. En cada paso de su loca carrera se dibujaba en su mente el fiero rostro de cazador, la hondilla negra colgándole del cuello y las palomas que balanceaban sus cabezas como bolas de péndulos. En ese instante, lo que más atrajo su atención fueron las palomas que eran estupendas para aplacar su hambre de hace varios días. Una y otra idea se dibujaban en su mente para arrebatarle las sabrosas presas. Sin darse cuenta había llegado a la casa de su compadre el zorrillo, y encontró la fórmula que le llevaría a conseguir su propósito. Allí, en el rincón de la quebrada se dibujaba una especie de un pequeño túnel, en cuyo interior vivía su compadre. A esas horas aún estaría haciendo su siesta, y para despertarlo, muy sigilosamente introdujo su hocico al interior el túnel que estaba tan oscuro, y llamó simulando una voz de enfado:
–¡Compadre! ¡compadre zorri!
Al escuchar la voz el zorrillo se despertó sobresaltado y restregándose los ojos contestó desde el fondo:
–¡Quién llama a esta hora inoportuna!
El zorro se apresuró en contestar.
–¡Compadrito! Esta es una tragedia para la honra de mi compadre. ¡Esto no puede quedar sin la venganza nuestra!
–¡Qué está pasando compadre! ¡quién es el causante de tu mal o de nuestro mal! –y salió del interior con sus ojos semicerrados al recibir los penetrantes rayos del sol.
El zorro, simulando amargura y muy quejoso, con el rostro lleno de ira dijo:
–Por el camino va un muchacho, un mozalbete pendenciero que, jura y rejura venir a tu casa y en tus narices enamorarla a tu mujer para llevársela a su casa. Como compadre y como hermano estoy indignado por la actitud de este sujeto. Tenemos que hacer algo y darle su castigo merecido.
–Y dónde está ese miserable sujeto –respondió el zorrillo.
–¡Aquí cerca! Ya no tarda en llegar.
Al escuchar esta afirmación, el zorrillo se armó de coraje, y sin mirar atrás fue en busca del infeliz que trataba de llevarse a su mujer.
El zorro que había planificado esta acción iba por su tras sugiriendo la manera cómo debería acabar con el cazador, pero a su vez pensaba la manera cómo apoderarse de las tres palomas que seguramente estaban gorditas. Le decía muy cerca de su oído al zorrillo:
–Oye compadrito, déjale inconsciente con tu aroma preferido. Apunta bien a la cara y que le llegue como una bofetada para que nunca más ni siquiera tenga la idea de pensar en mi comadre.
El zorrillo, con el corazón que le latía como martillazos, conocedor de los caminos de la quebrada, se adelantó y le esperó en la última curva. Precisamente cuando se acercaba el muchacho, apuntó bien y salió como una flecha, directamente a la cara el líquido hediondo que hizo caer al cazador. En cuestión de segundos el ambiente se tornó insoportable, mientras el cazador se caía y se levantaba, nuevamente volvía a caer, se revolcaba y no soportando el olor que le ahogaba empezó a correr como espantado dejando regadas a las palomas por el camino.
El zorrillo, convencido de haber castigado al intruso, juzgó haber actuado con justicia.
El zorro gozaba de alegría por haber funcionado perfectamente su astucia. La boca se le llenó de saliva con solo imaginar de plantarle sus dientes a las suaves carnes parecidas a la de los pollos.
Al contemplar muy satisfecho a su compadre le dio una palmada en el hombro y con mucha seriedad dijo que había actuado como buen jefe de hogar. Dio varias palmas como halago por su buena acción y acompañó hasta su cueva. Para despedirse, abrazó tan tiernamente y le dijo al oído:
–Los compadres siempre debemos apoyarnos mutuamente. Mi comadre se merece el mayor respeto.
Dio media vuelta y con el rostro lleno de satisfacción abrió su inmensa boca donde se dibujó el eco de una sonora carcajada.
Sin perder más tiempo corrió al lugar donde vio a las palomas regadas en el camino. Al llegar, para su sorpresa no encontró ni las plumas. Sumamente contrariado e incrédulo volvió a buscar y rebuscar. Por un instante surgió la duda de haberse equivocado de lugar, pero el olor penetrante que aún estaba fresco indicaba que era el escenario donde ocurrieron los hechos.
Como un experto en estas lides, con sus finos olfatos hizo un minucioso rastreo y percibió por el olor, que instantes antes, por allí había pasado otro zorro aún más astuto.
Comprendió todo. Cerró sus ojos y las palomas, como en una película, se dibujaban y desdibujaban, mientras que por su garganta sentía pasar la amarga y desabrida saliva.
Minutos después pasó el zorzal, y al ver semejante cuadro, espantado y batiendo las alas cruzó el espacio con su característico ¡yoc, yoc, yoc!
El picaflor hizo un alto en su rasante vuelo, fueron segundos que se mantuvo quieto en el aire, y compadecido de sus parientes las aves, quiso volar al cielo para hacer su queja y el asesino fuera juzgado por el crimen cometido.
Shatuco, el diestro cazador del pueblo, ajeno a los lamentos de las aves, un tanto despreocupado avanzaba; pero desde la quebrada a donde llega la primera curva del camino, sorpresivamente salió un zorro y al encontrarse frente a frente con el cazador, el animal dio un salto hacia atrás y corrió por el matorral. En cada paso de su loca carrera se dibujaba en su mente el fiero rostro de cazador, la hondilla negra colgándole del cuello y las palomas que balanceaban sus cabezas como bolas de péndulos. En ese instante, lo que más atrajo su atención fueron las palomas que eran estupendas para aplacar su hambre de hace varios días. Una y otra idea se dibujaban en su mente para arrebatarle las sabrosas presas. Sin darse cuenta había llegado a la casa de su compadre el zorrillo, y encontró la fórmula que le llevaría a conseguir su propósito. Allí, en el rincón de la quebrada se dibujaba una especie de un pequeño túnel, en cuyo interior vivía su compadre. A esas horas aún estaría haciendo su siesta, y para despertarlo, muy sigilosamente introdujo su hocico al interior el túnel que estaba tan oscuro, y llamó simulando una voz de enfado:
–¡Compadre! ¡compadre zorri!
Al escuchar la voz el zorrillo se despertó sobresaltado y restregándose los ojos contestó desde el fondo:
–¡Quién llama a esta hora inoportuna!
El zorro se apresuró en contestar.
–¡Compadrito! Esta es una tragedia para la honra de mi compadre. ¡Esto no puede quedar sin la venganza nuestra!
–¡Qué está pasando compadre! ¡quién es el causante de tu mal o de nuestro mal! –y salió del interior con sus ojos semicerrados al recibir los penetrantes rayos del sol.
El zorro, simulando amargura y muy quejoso, con el rostro lleno de ira dijo:
–Por el camino va un muchacho, un mozalbete pendenciero que, jura y rejura venir a tu casa y en tus narices enamorarla a tu mujer para llevársela a su casa. Como compadre y como hermano estoy indignado por la actitud de este sujeto. Tenemos que hacer algo y darle su castigo merecido.
–Y dónde está ese miserable sujeto –respondió el zorrillo.
–¡Aquí cerca! Ya no tarda en llegar.
Al escuchar esta afirmación, el zorrillo se armó de coraje, y sin mirar atrás fue en busca del infeliz que trataba de llevarse a su mujer.
El zorro que había planificado esta acción iba por su tras sugiriendo la manera cómo debería acabar con el cazador, pero a su vez pensaba la manera cómo apoderarse de las tres palomas que seguramente estaban gorditas. Le decía muy cerca de su oído al zorrillo:
–Oye compadrito, déjale inconsciente con tu aroma preferido. Apunta bien a la cara y que le llegue como una bofetada para que nunca más ni siquiera tenga la idea de pensar en mi comadre.
El zorrillo, con el corazón que le latía como martillazos, conocedor de los caminos de la quebrada, se adelantó y le esperó en la última curva. Precisamente cuando se acercaba el muchacho, apuntó bien y salió como una flecha, directamente a la cara el líquido hediondo que hizo caer al cazador. En cuestión de segundos el ambiente se tornó insoportable, mientras el cazador se caía y se levantaba, nuevamente volvía a caer, se revolcaba y no soportando el olor que le ahogaba empezó a correr como espantado dejando regadas a las palomas por el camino.
El zorrillo, convencido de haber castigado al intruso, juzgó haber actuado con justicia.
El zorro gozaba de alegría por haber funcionado perfectamente su astucia. La boca se le llenó de saliva con solo imaginar de plantarle sus dientes a las suaves carnes parecidas a la de los pollos.
Al contemplar muy satisfecho a su compadre le dio una palmada en el hombro y con mucha seriedad dijo que había actuado como buen jefe de hogar. Dio varias palmas como halago por su buena acción y acompañó hasta su cueva. Para despedirse, abrazó tan tiernamente y le dijo al oído:
–Los compadres siempre debemos apoyarnos mutuamente. Mi comadre se merece el mayor respeto.
Dio media vuelta y con el rostro lleno de satisfacción abrió su inmensa boca donde se dibujó el eco de una sonora carcajada.
Sin perder más tiempo corrió al lugar donde vio a las palomas regadas en el camino. Al llegar, para su sorpresa no encontró ni las plumas. Sumamente contrariado e incrédulo volvió a buscar y rebuscar. Por un instante surgió la duda de haberse equivocado de lugar, pero el olor penetrante que aún estaba fresco indicaba que era el escenario donde ocurrieron los hechos.
Como un experto en estas lides, con sus finos olfatos hizo un minucioso rastreo y percibió por el olor, que instantes antes, por allí había pasado otro zorro aún más astuto.
Comprendió todo. Cerró sus ojos y las palomas, como en una película, se dibujaban y desdibujaban, mientras que por su garganta sentía pasar la amarga y desabrida saliva.