alex milla curi
Alex Milla Curi nos ha hecho llegar esta excelente nota de Alvaro Rocha, como un homenaje a Roberto Barrenechea Martel, más conocido por sus amigos como Chopo.
EL ESPÍRITU DE LOS HOMBRES Y SU RELACIÓN CON LAS MONTAÑAS
("Todos los hombres sueña, pero no de la misma manera",T.E. Lawrence, Los siete pilares de la sabiduría)
("Todos los hombres sueña, pero no de la misma manera",T.E. Lawrence, Los siete pilares de la sabiduría)
Era un frío y rutinario amanecer en la costa oeste de mi memoria cuando mi causa Julio Aldave, me animó a acompañarlo a Chiquián, y huir de esta ratonera insoportable que es Lima, para dirigirnos a las montañas más bellas y altas del Perú y recuperar algo de nuestras almas extraviadas por la pandemia y por la pus que barren bajo la alfombra nuestros políticos y notables de cuello blanco y alma negra.
EL ESPÍRITU DE LOS ANDES
Las montañas han sido siempre mi salvación, mental, física y espiritualmente. Días después, estaba caminando, en absoluta soledad, por un estrecho sendero al filo de un abismo tan profundo que apenas se podía divisar el río Ainín. De pronto, un estrépito fugaz, dos venados y su cría, cruzaron frente a mí y se perdieron en el follaje cerro arriba. Quedé paralizado por un instante, luego le hice caso al Chopo Barrenechea, legendario personaje de la región, brusco y tierno a la vez, del que me había despedido una hora antes en medio de una naturaleza impiadosa, de poco oxígeno, matorrales y cactus, donde apenas se vislumbraba una trocha que, si no me desviaba de ella –me dijo Chopo- por otros traicioneros caminitos, debería llevarme a Chiquián a unos 8 kilómetros de distancia. Le pedí precisiones a Chopo y me respondió a su manera: “No me preguntes tantas huevadas, tú solo sigue el camino más ancho y que tenga huella, y haz como los cazadores, detente cada cierto tiempo para recobrar el aliento y alimentarte con el paisaje, mientras escuchas a tu voz interior, esa va a ser tu mejor brújula y fortaleza”.
Y eso hice, una vez que el relámpago de cervatos alteró mi retina, agucé la vista como un cazador y traté de tener la fortuna de ver al puma que probablemente estaba detrás de esos venados. El Chopo me había contado que los pumas se habían comido incluso a un par de sus perros. Luego me senté y tomé un poco de agua (llevaba dos botellas chicas y debía administrarlas con prudencia), y paladeé con paciencia la geografía que tenía al frente. Recordé las sabias palabras del cineasta sueco Ingmar Bergman: “Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena.” Yo no me sentía tío todavía, pero ciertamente de chibolo estos cerros los subía corriendo, y ahora mi motor era más el espíritu que mis piernas.
LA MAGIA DE HUAYHUASH
Algo similar a Bergman, me lo había dicho Chopo con sus palabras. De modo, que contemplé extasiado, más con el corazón que con los ojos, lo que el alpinista Joe Simpson describió como “el más espectacular circo de montañas de hielo que he visto en mi vida”. Se refería a la Cordillera de Huayhuash, donde Simpson salvó la vida milagrosamente y lo plasmó en un libro y documental de culto llamado “Tocando el Vacío”. Véanlo, es imperdible: (youtube.com/watch?v=Kl6Y2iGtMRs)
A pesar de tener apenas 30 Km. de extensión, Huayhuash alberga a siete picos sobre los 6 mil metros de altura, y fue difundida y puesta en el mapa en los ochenta y noventa por el ilustre chiquiano Roberto Aldave, llegando a ser considerada como una de las rutas top a nivel mundial para los trekeros que se animaban a darle la vuelta entera a la cordillera, entre 10 y 12 días, con lagunas, bosques y nevados de fábula en el trayecto.
Pues bien, yo estaba ahí, con el majestuoso Yerupajá (6.634 m.), el segundo nevado más elevado del país, al alcance de la mano, cuya cumbre atravesaba las nubes y rasgaba el cielo celeste de la provincia de Bolognesi. Recién iniciaba mi travesía, pero podría haberme quedado allí tendido durante siglos por el placer que me producía ese escenario sobrecogedor.
Las dos últimas noches había dormido en el fundo Pancal que, aún devastado por los mordiscos del tiempo en sus muros y tejas desvencijadas, sigue siendo un patrimonio histórico, pues allí vivió Luís Pardo, el bandolero, héroe o justiciero, más afamado de la región. Sobre el que se han escrito libros, hecho documentales y películas. El abuelo de Chopo Barrenechea, compró la hacienda en 1909, el año que Luís Pardo fue acribillado en una emboscada. Y el mismo Chopo descansa en las noches en el mismo viejo camastro que utilizó Luís Pardo para reposar luego de sus correrías.
EL ESPÍRITU DE LOS ANDES
Las montañas han sido siempre mi salvación, mental, física y espiritualmente. Días después, estaba caminando, en absoluta soledad, por un estrecho sendero al filo de un abismo tan profundo que apenas se podía divisar el río Ainín. De pronto, un estrépito fugaz, dos venados y su cría, cruzaron frente a mí y se perdieron en el follaje cerro arriba. Quedé paralizado por un instante, luego le hice caso al Chopo Barrenechea, legendario personaje de la región, brusco y tierno a la vez, del que me había despedido una hora antes en medio de una naturaleza impiadosa, de poco oxígeno, matorrales y cactus, donde apenas se vislumbraba una trocha que, si no me desviaba de ella –me dijo Chopo- por otros traicioneros caminitos, debería llevarme a Chiquián a unos 8 kilómetros de distancia. Le pedí precisiones a Chopo y me respondió a su manera: “No me preguntes tantas huevadas, tú solo sigue el camino más ancho y que tenga huella, y haz como los cazadores, detente cada cierto tiempo para recobrar el aliento y alimentarte con el paisaje, mientras escuchas a tu voz interior, esa va a ser tu mejor brújula y fortaleza”.
Y eso hice, una vez que el relámpago de cervatos alteró mi retina, agucé la vista como un cazador y traté de tener la fortuna de ver al puma que probablemente estaba detrás de esos venados. El Chopo me había contado que los pumas se habían comido incluso a un par de sus perros. Luego me senté y tomé un poco de agua (llevaba dos botellas chicas y debía administrarlas con prudencia), y paladeé con paciencia la geografía que tenía al frente. Recordé las sabias palabras del cineasta sueco Ingmar Bergman: “Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena.” Yo no me sentía tío todavía, pero ciertamente de chibolo estos cerros los subía corriendo, y ahora mi motor era más el espíritu que mis piernas.
LA MAGIA DE HUAYHUASH
Algo similar a Bergman, me lo había dicho Chopo con sus palabras. De modo, que contemplé extasiado, más con el corazón que con los ojos, lo que el alpinista Joe Simpson describió como “el más espectacular circo de montañas de hielo que he visto en mi vida”. Se refería a la Cordillera de Huayhuash, donde Simpson salvó la vida milagrosamente y lo plasmó en un libro y documental de culto llamado “Tocando el Vacío”. Véanlo, es imperdible: (youtube.com/watch?v=Kl6Y2iGtMRs)
A pesar de tener apenas 30 Km. de extensión, Huayhuash alberga a siete picos sobre los 6 mil metros de altura, y fue difundida y puesta en el mapa en los ochenta y noventa por el ilustre chiquiano Roberto Aldave, llegando a ser considerada como una de las rutas top a nivel mundial para los trekeros que se animaban a darle la vuelta entera a la cordillera, entre 10 y 12 días, con lagunas, bosques y nevados de fábula en el trayecto.
Pues bien, yo estaba ahí, con el majestuoso Yerupajá (6.634 m.), el segundo nevado más elevado del país, al alcance de la mano, cuya cumbre atravesaba las nubes y rasgaba el cielo celeste de la provincia de Bolognesi. Recién iniciaba mi travesía, pero podría haberme quedado allí tendido durante siglos por el placer que me producía ese escenario sobrecogedor.
Las dos últimas noches había dormido en el fundo Pancal que, aún devastado por los mordiscos del tiempo en sus muros y tejas desvencijadas, sigue siendo un patrimonio histórico, pues allí vivió Luís Pardo, el bandolero, héroe o justiciero, más afamado de la región. Sobre el que se han escrito libros, hecho documentales y películas. El abuelo de Chopo Barrenechea, compró la hacienda en 1909, el año que Luís Pardo fue acribillado en una emboscada. Y el mismo Chopo descansa en las noches en el mismo viejo camastro que utilizó Luís Pardo para reposar luego de sus correrías.
LA FE DEL CHOPO
Dos días atrás, habíamos trepado a las alturas de Pancal con más pena que gloria, desde el fondo del valle del río Ainín, con mi pata Julio Aldave, Jesús Bolarte, un notable fotógrafo de Chiquián, y el mismo Chopo que, tan generoso como lisuriento, nos socorrió con un par de caballos y burros. También nos auxilió una lugareña conocida de Chopo, llamada Princesa que, a pesar de cargar a su pequeño hijo Lalo y su perro Huaype, fue toda una amazona sobre su corcel, dejando nuestro machismo por los suelos.
Subimos alrededor de 2 mil metros casi verticales, y nos arrastramos a Pancal mientras el cielo lloraba, las sombras acechaban, el viento nos asaltaba como felinos inesperados, y con el culo más magullado que nuestro orgullo. Esa noche devoramos un jamón serrano que había ido a comprar hasta Huaraz como una consideración a Chopo, a quién solo conocía por teléfono, pero me caía de puta madre, sabía que era uno de los míos. Además, ambos éramos unos aislados, yo vivo solo y no me interesa gran cosa relacionarme con otra gente, ni de manera virtual, y claro también nos unía el infortunio de sábanas frías y alcobas vacías, por lo menos durante este infausto año. Pero Chopo, sexo no creo, pero por lo menos hablaba con sus vacas, caballos, burros y perros, como si fueran humanos. Y, puedo jurarlo, que lo entendían.
La luz que precedió al amanecer prestaba pálidos colores al firmamento. Chopo ya estaba en pie antes de las 5 am. y junto a Princesa ordeñaban a las vacas. Él las puteaba o les decía palabras cariñosas según como se comportaran. Julio y Jesús resolvieron regresar esa tarde a Chiquián por el mismo desabrido camino que nos había llevado a Pancal. Decidí quedarme. Total, no había salido de Lima para no hacer un trekking memorable que Julio me había recomendado hace más de un año y que atravesaba las alturas como un cuchillo audaz. Volver en carro a Chiquián hubiera sido indigno, así que decidí recorrer el sendero que usaba Luís Pardo para despistar a sus perseguidores. Jesús no confiaba en mí, “no vas a poder, baja con nosotros”, me lo advirtió varias veces. Pero Chopo sí, “tú eres machazo, sí la haces, he visto que la soledad no te aniquila, sino te da más fuerzas”, me dijo.
Esa noche, antes de las 7 pm., cuando las estrellas ya brillaban con una luz dura y fría, y algunas se asemejaban a pequeñas cabezas de alfiler y otras eran como relucientes diamantes, Chopo que acababa de llegar a Pancal, porque como anfitrión insuperable había acompañado a Julio y compañía hasta el valle y esperado hasta que se embarcaran, me dijo que se iba a dormir. Yo suelo acostarme en Lima pasada la media noche, así que me resigné a pasar varias horas de insomnio. Pero pronto me di cuenta de lo imprevisible de la conducta de Chopo, y que su afirmación era solo declarativa, retórica. Porque una vez acomodado en la cama del mítico Luís Pardo, Chopo, a la vez que activaba su radio para escuchar RPP, que era la única señal que llegaba, me dijo que era la hora de la tertulia. Pues bien, tres horas después, cuando yo ya pestañeaba y el libro que leía se me había caído de las manos, Chopo seguía con el blablablá, de sus odiosos vecinos, pero sobre todo de una novia francesa, Natalie, a la que extrañaba de una manera desgarradoramente sideral, y a pesar de no reconocerlo, creo que la hubiera cambiado por todo su ganado sin pensarlo dos veces. Es más, quiso mostrarme las fotos de la francesita, y a pesar de haberlas buscado por horas y poner su casa de cabeza, no pudo hallarlas. Frustrado, les echó la culpa a sus hermanas, especialmente a una a la que denominaba “la bruja”, a la que atribuía haberle escamoteado tan entrañables imágenes.
En fin, Chopo es formidablemente activo, y a las 4.40 am. me despertó para poner en orden su ganado. Le conté que el día anterior sus vecinos se habían acercado e incluso prendieron fuego a una pastura próxima a una catarata dentro de su propiedad. No se inquietó, solo me mostró tres carabinas que tenía a disposición para cazar venados u otras alimañas.
EL ESPEJISMO DE LA FELICIDAD
No me crucé con nadie en mis seis y pico horas de caminata. Esa intimidad con la naturaleza, esa soledad, influenciado por la belleza que te envuelve, y la vehemencia de tus emociones, te hace sentir lo pequeño que eres, pero, paradójicamente, te eleva a un nivel místico que no vas a lograr ni en La Meca o el Vaticano. Después de casi un año volví a ser feliz, plenamente feliz, y vacilaba cada momento con intensidad porque sé que ese estado de dicha extrema es fugaz, esporádico y no lo habitual en nuestras azarosas vidas. Y no había recibido un jugoso contrato en el ministerio de Cultura, ni manejaba un flamante Lamborghini rumbo a mi nuevo chalet en Asia. Es una cuestión de filosofía, finalmente, de opción personal, porque, según José Ortega y Gasset, la felicidad es lograr coincidir lo que uno desea y aspira interiormente, con su vida real y efectiva.
En un momento dado, me crucé con dos caminos de la misma dimensión. Jesús me había aconsejado coger siempre el lado derecho, y Chopo me indicó que siguiera mi instinto, mi voz interior. Reflexioné unos minutos para tomar una decisión que podía ser crucial, mientras tanto, tres cóndores volaron sobre mi cabeza. Mi cerebro era un panal de hormigueante confusión. Un camino iba hacia arriba y otro hacia abajo, los dos de la misma dimensión. Aunque me resultaba más fácil descender, mi “voz” interior me apremiaba a que prosiguiera por el sendero más empinado. Y eso hice, gracias Chopo.
Para esto ya me había abastecido de agua en la quebrada Tictay, y la Cordillera de Huallanca, asomó en mi horizonte visual, dejando atrás los pasmosos picos de Huayhuash. Ahora sobresalía el nevado Tucu, que abastece de agua a Chiquián. Suponía que mi objetivo no estaba lejos. Pero más me cautivaba el camino que el destino. Al transitar por la cumbre de estas montañas que harían sentir ridículos a los rascacielos de Nueva York, pude palpar, en su meollo, las leyes de la naturaleza, que son finalmente más determinantes, en el infinito del universo, que las minúsculas trivialidades de nuestra vida cotidiana. Y, eso, creo, es lo que me atrae y atraerá siempre, a acudir a estos parajes remotos que palpitan vida entre el cielo y la tierra.
Alvaro Rocha
Dos días atrás, habíamos trepado a las alturas de Pancal con más pena que gloria, desde el fondo del valle del río Ainín, con mi pata Julio Aldave, Jesús Bolarte, un notable fotógrafo de Chiquián, y el mismo Chopo que, tan generoso como lisuriento, nos socorrió con un par de caballos y burros. También nos auxilió una lugareña conocida de Chopo, llamada Princesa que, a pesar de cargar a su pequeño hijo Lalo y su perro Huaype, fue toda una amazona sobre su corcel, dejando nuestro machismo por los suelos.
Subimos alrededor de 2 mil metros casi verticales, y nos arrastramos a Pancal mientras el cielo lloraba, las sombras acechaban, el viento nos asaltaba como felinos inesperados, y con el culo más magullado que nuestro orgullo. Esa noche devoramos un jamón serrano que había ido a comprar hasta Huaraz como una consideración a Chopo, a quién solo conocía por teléfono, pero me caía de puta madre, sabía que era uno de los míos. Además, ambos éramos unos aislados, yo vivo solo y no me interesa gran cosa relacionarme con otra gente, ni de manera virtual, y claro también nos unía el infortunio de sábanas frías y alcobas vacías, por lo menos durante este infausto año. Pero Chopo, sexo no creo, pero por lo menos hablaba con sus vacas, caballos, burros y perros, como si fueran humanos. Y, puedo jurarlo, que lo entendían.
La luz que precedió al amanecer prestaba pálidos colores al firmamento. Chopo ya estaba en pie antes de las 5 am. y junto a Princesa ordeñaban a las vacas. Él las puteaba o les decía palabras cariñosas según como se comportaran. Julio y Jesús resolvieron regresar esa tarde a Chiquián por el mismo desabrido camino que nos había llevado a Pancal. Decidí quedarme. Total, no había salido de Lima para no hacer un trekking memorable que Julio me había recomendado hace más de un año y que atravesaba las alturas como un cuchillo audaz. Volver en carro a Chiquián hubiera sido indigno, así que decidí recorrer el sendero que usaba Luís Pardo para despistar a sus perseguidores. Jesús no confiaba en mí, “no vas a poder, baja con nosotros”, me lo advirtió varias veces. Pero Chopo sí, “tú eres machazo, sí la haces, he visto que la soledad no te aniquila, sino te da más fuerzas”, me dijo.
Esa noche, antes de las 7 pm., cuando las estrellas ya brillaban con una luz dura y fría, y algunas se asemejaban a pequeñas cabezas de alfiler y otras eran como relucientes diamantes, Chopo que acababa de llegar a Pancal, porque como anfitrión insuperable había acompañado a Julio y compañía hasta el valle y esperado hasta que se embarcaran, me dijo que se iba a dormir. Yo suelo acostarme en Lima pasada la media noche, así que me resigné a pasar varias horas de insomnio. Pero pronto me di cuenta de lo imprevisible de la conducta de Chopo, y que su afirmación era solo declarativa, retórica. Porque una vez acomodado en la cama del mítico Luís Pardo, Chopo, a la vez que activaba su radio para escuchar RPP, que era la única señal que llegaba, me dijo que era la hora de la tertulia. Pues bien, tres horas después, cuando yo ya pestañeaba y el libro que leía se me había caído de las manos, Chopo seguía con el blablablá, de sus odiosos vecinos, pero sobre todo de una novia francesa, Natalie, a la que extrañaba de una manera desgarradoramente sideral, y a pesar de no reconocerlo, creo que la hubiera cambiado por todo su ganado sin pensarlo dos veces. Es más, quiso mostrarme las fotos de la francesita, y a pesar de haberlas buscado por horas y poner su casa de cabeza, no pudo hallarlas. Frustrado, les echó la culpa a sus hermanas, especialmente a una a la que denominaba “la bruja”, a la que atribuía haberle escamoteado tan entrañables imágenes.
En fin, Chopo es formidablemente activo, y a las 4.40 am. me despertó para poner en orden su ganado. Le conté que el día anterior sus vecinos se habían acercado e incluso prendieron fuego a una pastura próxima a una catarata dentro de su propiedad. No se inquietó, solo me mostró tres carabinas que tenía a disposición para cazar venados u otras alimañas.
EL ESPEJISMO DE LA FELICIDAD
No me crucé con nadie en mis seis y pico horas de caminata. Esa intimidad con la naturaleza, esa soledad, influenciado por la belleza que te envuelve, y la vehemencia de tus emociones, te hace sentir lo pequeño que eres, pero, paradójicamente, te eleva a un nivel místico que no vas a lograr ni en La Meca o el Vaticano. Después de casi un año volví a ser feliz, plenamente feliz, y vacilaba cada momento con intensidad porque sé que ese estado de dicha extrema es fugaz, esporádico y no lo habitual en nuestras azarosas vidas. Y no había recibido un jugoso contrato en el ministerio de Cultura, ni manejaba un flamante Lamborghini rumbo a mi nuevo chalet en Asia. Es una cuestión de filosofía, finalmente, de opción personal, porque, según José Ortega y Gasset, la felicidad es lograr coincidir lo que uno desea y aspira interiormente, con su vida real y efectiva.
En un momento dado, me crucé con dos caminos de la misma dimensión. Jesús me había aconsejado coger siempre el lado derecho, y Chopo me indicó que siguiera mi instinto, mi voz interior. Reflexioné unos minutos para tomar una decisión que podía ser crucial, mientras tanto, tres cóndores volaron sobre mi cabeza. Mi cerebro era un panal de hormigueante confusión. Un camino iba hacia arriba y otro hacia abajo, los dos de la misma dimensión. Aunque me resultaba más fácil descender, mi “voz” interior me apremiaba a que prosiguiera por el sendero más empinado. Y eso hice, gracias Chopo.
Para esto ya me había abastecido de agua en la quebrada Tictay, y la Cordillera de Huallanca, asomó en mi horizonte visual, dejando atrás los pasmosos picos de Huayhuash. Ahora sobresalía el nevado Tucu, que abastece de agua a Chiquián. Suponía que mi objetivo no estaba lejos. Pero más me cautivaba el camino que el destino. Al transitar por la cumbre de estas montañas que harían sentir ridículos a los rascacielos de Nueva York, pude palpar, en su meollo, las leyes de la naturaleza, que son finalmente más determinantes, en el infinito del universo, que las minúsculas trivialidades de nuestra vida cotidiana. Y, eso, creo, es lo que me atrae y atraerá siempre, a acudir a estos parajes remotos que palpitan vida entre el cielo y la tierra.
Alvaro Rocha