filomeno zubieta núñez
LOS QUIPUS FUNERARIOS DE CHIQUIÁN: ¿NUEVAS REVELACIONES?
Hace poco recibí una sorpresiva y sorprendida llamada de una buena amiga: Molly Tun, connotada etnomatemática y docente de la Universidad de Minnesota, USA. Ella obtuvo su máximo grado académico de PhD. con su tesis El quipu: escritura andina en las redes informáticas incaicas y coloniales (2015), donde le dedica un capítulo a los Quipus Funerarios de Cuspón; además, con ella publicamos un estudio bajo el título Los quipus funerarios y tributarios de Cuspón y Chiquián: hoy y ayer en la revista “Arqueología y Sociedad” (2017, N° 31, UNMSM). Molly es una experta en estudios sobre quipus y temas contables de sociedades andinas.
La llamada obedecía a la publicación de un artículo en el diario El Comercio (05.05.2018) bajo el título: Papelito manda, carta canta y quipus hablan. Su autor, el notable antropólogo e historiador, Dr. Luis Millones Santagadea, docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNMSM, que fuera presidente del Jurado de Tesis cuando el 9 de noviembre del 2009 sustentáramos nuestra tesis doctoral. El referido artículo, en su primera parte, relaciona la tradición “Carta manda” del Ricardo Palma con los quipus, como instrumentos de comunicación. Y, en la parte central alude a los quipus que portan los difuntos en la jurisdicción de Chiquián.
Desde 1996 a la fecha los quipus funerarios de Cuspón (Chiquián) han merecido la atención de estudiosos, promotores culturales y turistas. Tanto que, a petición del Ministerio de Cultura, presentamos el expediente solicitando se le declare Patrimonio Cultural de la Nación. El pasado 27 de abril del 2017 se expidió la Resolución Nº 071-2017-MC por el cual el uso ritual de los quipus funerarios en Cuspón pasan a formar parte del Patrimonio Cultural de la Nación. Estos 21 años de identificación, estudio y valoración de esta expresión cultural con final feliz para fortalecer la identidad cultural es resaltada en un estudio nuestro de reciente publicación en la revista del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNMSM, N° 39, bajo el título de Los quipus funerarios de Cuspón como patrimonio cultural de la nación, al que se puede acceder con solo hacer click en :
http://revistasinvestigacion.unmsm.edu.pe/index.php/sociales/article/view/14679
Lo anterior viene a propósito de comentar el artículo del Dr. Luis Millones. Él es, también, un versado en temas de quipus con muchas publicaciones. Su noción sobre los quipus es buena tomarlo en cuenta:
Nuestro quipu (la palabra significa ‘nudo’) es un objeto físico que está formado por cuerdas de lana de camélido o fibras de algodón. Las crónicas nos dicen que los hilos, sus nudos, sus colores y los objetos (que no siempre, pero en muchos casos están atados a ellos) constituían el registro incaico de información administrativa y de relatos, en prosa y en verso (lo que hoy llamaríamos literatura).
El quipu como objeto está compuesto por una cuerda notoriamente más gruesa que otras menores que cuelgan de ella. Un extremo de este cordón principal suele tener un nudo grueso, y el otro extremo se prolonga más allá del lugar donde se une con las cuerdas secundarias que penden de la principal. No suele ser muy larga, apenas sobrepasa el medio metro y su grosor no llega a los tres centímetros. Las cuerdas colgantes tienen a su vez otras tantas que cuelgan de ellas que también pueden tener ramificaciones.
No es una creación del Imperio Incaico. Se ha recogido un buen número de quipus del Horizonte Medio, alrededor del 600 u 800 d.C. y es probable que hayan existido mucho antes. Tampoco sería extraño encontrar quipus cuyo uso pueda tener fechas muy modernas, pero su relación con los que sirvieron a los incas sería difícil de probar, aunque todavía hoy cumplen funciones ceremoniales en grupos sociales más bien reducidos (El Comercio. Lima, 07.10.2017).
Sin embargo, al parecer recién tiene noticias sobre los quipus usados con fines funerarios y que, para suerte nuestra, aun perviven en nuestro medio y la memoria colectiva de nuestros pobladores mayores.
Pero lo que más no ha llamado la atención es la versión que presenta sobre los quipus usados en temas ligados a los difuntos, aparentemente en la zona de Chiquián. Es una versión nueva, desconocida por nosotros, no aludida por los estudiosos de los últimos 20 años. El Dr. Millones no menciona la fuente oral o documental de donde ha tomado para el artículo en mención. Siendo del entorno chiquiano nunca habíamos escuchado ni leído una interpretación como la reseñada.
¿Es una versión válida? ¿El Dr. Millones ha sido sorprendido con esta variante? Estas y otras interrogantes demandan respuestas. Pero, también, continuar y ampliar investigaciones sobre los quipus funerarios. Nuestro medio, que tiene el privilegio de conservarlo, sigue siendo veta rica en enigmas, dilemas y respuestas. Tenemos el reto de continuar investigando sobre el uso de los quipus en los rituales funerarios. Para el análisis y valoración va la versión recogida por el Dr. Luis Millones:
Había olvidado esta historia hasta que me llegó desde Chiquián la noticia de la existencia de quipus con funciones específicas en la vida cotidiana de uno de sus pueblos. Se trata de lana que se tuerce con un huso para formar cordones, de manera determinada para vestir a los difuntos. En realidad, el cadáver lleva ropas sobre las que se atan cuerdas con nudos, de tal forma que mantienen el cuerpo y sus miembros sujetos. Las razones solo se me hicieron claras cuando nuestros investigadores descubrieron un relato con tonos míticos que transcribo a continuación.
Se trata de la historia de una señora que, habiendo perdido a su esposo, de pronto recibe la visita del difunto. La creencia no es extraña en la cultura andina, sobre todo si por alguna razón se ha olvidado o pasado por alto alguno de los detalles, bastante complicados, que se deben cumplir en las ceremonias fúnebres que, como se sabe, duran cinco días.
El difunto había reaparecido en la noche y aún vestía las ropas con las que fue enterrado. La estructura ósea de su cuerpo se mantenía unida gracias a un cordón y nudos originales, que en todo Chiquián se les identifica con el nombre de quipu. La historia cuenta que el muerto había intentado comer lo que le fue ofrecido a su llegada, pero su cráneo no pudo deglutir la comida, que se le derramó sobre la ropa. Aterrorizada, la viuda encontró la excusa para salir de la habitación, diciendo que traería agua para lavarlo. El difunto se lo permitió, pero la obligó a llevar el quipu, a manera de álter ego, tomándolo de su cuerpo.
Al salir en busca del manantial o arroyo más cercano, el quipu habló, previniendo a la viuda de que si volvía, el muerto se la llevaría al inframundo y no podría regresar. Lo que debía hacer para escapar de ese horrible destino era muy simple: amarrar el quipu sobre un arbusto, correr y esconderse en la casa de parientes o amigos cercanos.
Pasado un tiempo, el difunto reclamó la presencia de su esposa (o viuda), pero el quipu le contestó diciendo que estaba amarrado en las ramas de un arbusto. Enojado, el muerto trató de llegar a ellos, pero, como sus huesos no estaban sujetos en una estructura de cordones que los organizara, solo pudo caminar o arrastrarse muy lentamente. Esto dio tiempo a la señora para que corriese con todas sus fuerzas y se refugiase en casa de unos vecinos, cuyos perros –los guardianes habituales de nuestro medio rural–, al reconocerla, le permitieron pasar y avisaron de su llegada con ladridos amistosos.
Finalmente, el muerto o alma en pena llegó al arbusto donde estaba su quipu, y logró rearmar lo que quedaba de su cuerpo. Inició entonces la persecución de quien en vida había sido su esposa. Llegado a la casa en la que su viuda se había refugiado, intentó penetrar en ella, pero su aspecto ya no era el que había tenido antes de su deceso y los perros se lo impidieron. Entonces no tuvo más remedio que regresar su lugar de descanso eterno, con su quipu a cuestas.
Según nos asegura la etnografía andina y la arqueología moderna, los perros son animales que distinguen a los seres del más allá, por lo que solían ser sacrificados para acompañarnos en ese viaje sin retorno (por eso, se dice que si alguien también quería tener tal visión bastaba con que tomara algo de las lágrimas de un can doméstico y se frotase los ojos).
Como los papeles, papelitos o papelones del quehacer político, o las cartas coloniales, los quipus todavía sirven como instrumento de comunicación. Si bien desde hace más de un siglo los estudiosos siguen buscando algo más que cifras en sus nudos y colores, en Chiquián pueden hablar con vivos y muertos (El Comercio. Lima, 05-05-2018).
La llamada obedecía a la publicación de un artículo en el diario El Comercio (05.05.2018) bajo el título: Papelito manda, carta canta y quipus hablan. Su autor, el notable antropólogo e historiador, Dr. Luis Millones Santagadea, docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNMSM, que fuera presidente del Jurado de Tesis cuando el 9 de noviembre del 2009 sustentáramos nuestra tesis doctoral. El referido artículo, en su primera parte, relaciona la tradición “Carta manda” del Ricardo Palma con los quipus, como instrumentos de comunicación. Y, en la parte central alude a los quipus que portan los difuntos en la jurisdicción de Chiquián.
Desde 1996 a la fecha los quipus funerarios de Cuspón (Chiquián) han merecido la atención de estudiosos, promotores culturales y turistas. Tanto que, a petición del Ministerio de Cultura, presentamos el expediente solicitando se le declare Patrimonio Cultural de la Nación. El pasado 27 de abril del 2017 se expidió la Resolución Nº 071-2017-MC por el cual el uso ritual de los quipus funerarios en Cuspón pasan a formar parte del Patrimonio Cultural de la Nación. Estos 21 años de identificación, estudio y valoración de esta expresión cultural con final feliz para fortalecer la identidad cultural es resaltada en un estudio nuestro de reciente publicación en la revista del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNMSM, N° 39, bajo el título de Los quipus funerarios de Cuspón como patrimonio cultural de la nación, al que se puede acceder con solo hacer click en :
http://revistasinvestigacion.unmsm.edu.pe/index.php/sociales/article/view/14679
Lo anterior viene a propósito de comentar el artículo del Dr. Luis Millones. Él es, también, un versado en temas de quipus con muchas publicaciones. Su noción sobre los quipus es buena tomarlo en cuenta:
Nuestro quipu (la palabra significa ‘nudo’) es un objeto físico que está formado por cuerdas de lana de camélido o fibras de algodón. Las crónicas nos dicen que los hilos, sus nudos, sus colores y los objetos (que no siempre, pero en muchos casos están atados a ellos) constituían el registro incaico de información administrativa y de relatos, en prosa y en verso (lo que hoy llamaríamos literatura).
El quipu como objeto está compuesto por una cuerda notoriamente más gruesa que otras menores que cuelgan de ella. Un extremo de este cordón principal suele tener un nudo grueso, y el otro extremo se prolonga más allá del lugar donde se une con las cuerdas secundarias que penden de la principal. No suele ser muy larga, apenas sobrepasa el medio metro y su grosor no llega a los tres centímetros. Las cuerdas colgantes tienen a su vez otras tantas que cuelgan de ellas que también pueden tener ramificaciones.
No es una creación del Imperio Incaico. Se ha recogido un buen número de quipus del Horizonte Medio, alrededor del 600 u 800 d.C. y es probable que hayan existido mucho antes. Tampoco sería extraño encontrar quipus cuyo uso pueda tener fechas muy modernas, pero su relación con los que sirvieron a los incas sería difícil de probar, aunque todavía hoy cumplen funciones ceremoniales en grupos sociales más bien reducidos (El Comercio. Lima, 07.10.2017).
Sin embargo, al parecer recién tiene noticias sobre los quipus usados con fines funerarios y que, para suerte nuestra, aun perviven en nuestro medio y la memoria colectiva de nuestros pobladores mayores.
Pero lo que más no ha llamado la atención es la versión que presenta sobre los quipus usados en temas ligados a los difuntos, aparentemente en la zona de Chiquián. Es una versión nueva, desconocida por nosotros, no aludida por los estudiosos de los últimos 20 años. El Dr. Millones no menciona la fuente oral o documental de donde ha tomado para el artículo en mención. Siendo del entorno chiquiano nunca habíamos escuchado ni leído una interpretación como la reseñada.
¿Es una versión válida? ¿El Dr. Millones ha sido sorprendido con esta variante? Estas y otras interrogantes demandan respuestas. Pero, también, continuar y ampliar investigaciones sobre los quipus funerarios. Nuestro medio, que tiene el privilegio de conservarlo, sigue siendo veta rica en enigmas, dilemas y respuestas. Tenemos el reto de continuar investigando sobre el uso de los quipus en los rituales funerarios. Para el análisis y valoración va la versión recogida por el Dr. Luis Millones:
Había olvidado esta historia hasta que me llegó desde Chiquián la noticia de la existencia de quipus con funciones específicas en la vida cotidiana de uno de sus pueblos. Se trata de lana que se tuerce con un huso para formar cordones, de manera determinada para vestir a los difuntos. En realidad, el cadáver lleva ropas sobre las que se atan cuerdas con nudos, de tal forma que mantienen el cuerpo y sus miembros sujetos. Las razones solo se me hicieron claras cuando nuestros investigadores descubrieron un relato con tonos míticos que transcribo a continuación.
Se trata de la historia de una señora que, habiendo perdido a su esposo, de pronto recibe la visita del difunto. La creencia no es extraña en la cultura andina, sobre todo si por alguna razón se ha olvidado o pasado por alto alguno de los detalles, bastante complicados, que se deben cumplir en las ceremonias fúnebres que, como se sabe, duran cinco días.
El difunto había reaparecido en la noche y aún vestía las ropas con las que fue enterrado. La estructura ósea de su cuerpo se mantenía unida gracias a un cordón y nudos originales, que en todo Chiquián se les identifica con el nombre de quipu. La historia cuenta que el muerto había intentado comer lo que le fue ofrecido a su llegada, pero su cráneo no pudo deglutir la comida, que se le derramó sobre la ropa. Aterrorizada, la viuda encontró la excusa para salir de la habitación, diciendo que traería agua para lavarlo. El difunto se lo permitió, pero la obligó a llevar el quipu, a manera de álter ego, tomándolo de su cuerpo.
Al salir en busca del manantial o arroyo más cercano, el quipu habló, previniendo a la viuda de que si volvía, el muerto se la llevaría al inframundo y no podría regresar. Lo que debía hacer para escapar de ese horrible destino era muy simple: amarrar el quipu sobre un arbusto, correr y esconderse en la casa de parientes o amigos cercanos.
Pasado un tiempo, el difunto reclamó la presencia de su esposa (o viuda), pero el quipu le contestó diciendo que estaba amarrado en las ramas de un arbusto. Enojado, el muerto trató de llegar a ellos, pero, como sus huesos no estaban sujetos en una estructura de cordones que los organizara, solo pudo caminar o arrastrarse muy lentamente. Esto dio tiempo a la señora para que corriese con todas sus fuerzas y se refugiase en casa de unos vecinos, cuyos perros –los guardianes habituales de nuestro medio rural–, al reconocerla, le permitieron pasar y avisaron de su llegada con ladridos amistosos.
Finalmente, el muerto o alma en pena llegó al arbusto donde estaba su quipu, y logró rearmar lo que quedaba de su cuerpo. Inició entonces la persecución de quien en vida había sido su esposa. Llegado a la casa en la que su viuda se había refugiado, intentó penetrar en ella, pero su aspecto ya no era el que había tenido antes de su deceso y los perros se lo impidieron. Entonces no tuvo más remedio que regresar su lugar de descanso eterno, con su quipu a cuestas.
Según nos asegura la etnografía andina y la arqueología moderna, los perros son animales que distinguen a los seres del más allá, por lo que solían ser sacrificados para acompañarnos en ese viaje sin retorno (por eso, se dice que si alguien también quería tener tal visión bastaba con que tomara algo de las lágrimas de un can doméstico y se frotase los ojos).
Como los papeles, papelitos o papelones del quehacer político, o las cartas coloniales, los quipus todavía sirven como instrumento de comunicación. Si bien desde hace más de un siglo los estudiosos siguen buscando algo más que cifras en sus nudos y colores, en Chiquián pueden hablar con vivos y muertos (El Comercio. Lima, 05-05-2018).